EL BANDO DE LUCIFER (1)
Echó un bando Lucifer,
prometiendo grandes premios
para quien probara ser
más útil para sus reinos.
Luego que por las cavernas
se oyó resonar el eco
del interés..., ¡ah, interés,
que llegas hasta el Infierno!
al instante que se oyó
el dicho prometimiento,
toda la chusma maldita
lo aclamó con palmoteo.
Citóse para el certamen
el gran lago del Averno:
púsose el tren, y sentóse
por presidente Asmodeo.
Los pecados capitales
llegaron allí corriendo,
los tiranos de montón,
los diablos a trompa y cuesco, (2)
los condenados a miles,
mujeres, era un portento;
abogados, escribanos,
agentes y palaciegos
se atropellaban a entrar
queriendo ser los primeros,
alegando por sus chismes,
trácalas, trampas y enredos
título de preferencia,
citando cuatro mil textos.
Los médicos se metían
matando a diestro y siniestro
con recipes y opiniones
a lo antiguo y lo moderno.
Los boticarios entraban
llenos de aceites y ungüentos,
enristrando el quid pro quo
y haciendo diez mil entuertos.
Pero lo que más había...,
¡gran cosecha de estos tiempos!
era un número espantoso,
para no decir inmenso,
de comerciantes... —¡Jesús!
pues y que ¿van al Infierno?
—dirá alguno—. —Sí, señor,
casi todos. —No lo creo.
—Pues bien; condénese usted
y escríbame acá si miento.
¿Sabe usted los que se salvan?
Los que por ningún pretexto
engañan al comprador
en la clase del efecto
que les venden; los que saben
proceder con tal arreglo
que ganan, pero conforme
a lo lícito y honesto;
los que saben socorrer
a los pobres, aun de aquello
que con su afán y sudor
justísimamente hubieron;
en fin, los que no hacen mal
y sí bien. ¿Quiénes son éstos?
¿quiénes son? Dígame usted,
¿quiénes? los alabaremos;
porque si hay alguno aquí,
según lo que yo estoy viendo,
me parece que ha de ser
muy rara avis in deserto. (3)
Éstos son los que se salvan,
y los que harán para el Cielo
escala del mostrador;
pero aquéllos, pero aquellos
ladronazos descarados,
usureros y logreros;
aquellos que a la ocasión
siempre la buscan el pelo,
y si aun éste la faltara,
la afianzaran del pescuezo.
Aquellos que están pendientes
de la gaceta y correo
para aprovechar el lance
de hacer valer sus efectos,
y esto sin lucro cesante
ni daño emergente. Aquellos
que (como el negrito) dicen,
sin escrúpulo ni miedo,
que es moderata ganancia
lucrar un cento por cento. (4)
Aquellos hambrientos lobos,
¡qué buen nombre les pusieron!
que abarrotan los convoyes,
tragándose muy serenos
garbanzos, trigo, frijol,
chile, haba, toros, carneros
y demás, para después
ponerle a su antojo precios,
y unos precios que a los pobres
son gravosos en extremo.
Aquellos que del cajón
sacan no sólo cajeros,
casa grande, coche, criados
y demás gastos como éstos,
sino también lujo, galas,
bailes, damas, coliseo,
juegos, y cuanto apetece
el más cabal desarreglo,
y esto con sólo el trabajo
de decir: vale tanto esto.
¿Por qué? porque así lo quieren.
Si no está escaso el efecto;
si se hallan los almacenes
bien provistos; si no hay riesgo
en guardarlo; si se vende
corrientemente a buen precio...
no importa: ello ha de subir;
así ha salido el decreto.
—Pero, señor, si me daba
usted indiana a seis y medio
ahora dos meses, ¿por qué
hoy la da a doce, lo menos?
No ha de decir que más caro
compró éste y aquel efecto;
son los mismos que vendía,
comprados al precio mesmo;
entonces ganaba, es claro;
no expendía perdiendo en ellos:
pues ¿por qué hoy no se contenta
con aquel lucro propuesto,
sino que se sobreexcede
a más de ciento por ciento?
—¡Oh, que usted es un para nada,
un tonto y un majadero
(me dijeran); ¿qué no ve
cómo para tierra adentro
hemos surtido memorias,
y en México hay menos eso,
y así es fuerza ganar más
en lo que ha quedado? ¡Bueno!
¿No ve que de Veracruz
días ha no viene correo?
Y aunque anclen allí fragatas
mercantiles, ¿qué tenemos?
Mientras no lleguen acá
se ha de aprovechar el tiempo.
¿Quiere usted que el señor Llanos, (5)
cuando menos lo pensemos,
haga alguna de las suyas
y deje el camino escueto
de insurgentes, y se encajen
aquí quinientos arrieros
con indianas, lencería,
papel, abarrote y fierro?
No, señor, ahora que está
algún embarazo en medio
se ha de lograr la ocasión,
o si no quiere, ande en cueros.
Así sucede, lector;
en lo dicho no exagero;
vemos que así moralizan,
si no en voces, en efecto,
y de estos sabios están
bien surtidos los Infiernos.
Pero ¡a Dios, Bando del diablo!
a Dios certamen...; ¿qué es esto?
el asunto principal
he dejado. Siga el cuento.
Entraban, pues, los demonios,
y sus vecinos con ellos,
a toda prisa, por ver
a quién le tocaba el premio.
Se mezclaban a porfía;
gritaban sin miramiento
y sin tenerle a Luzbel
el más mínimo respeto,
hasta que un trompeta vino
imponiéndoles silencio,
pidiendo audiencia de parte
de tres señores supremos;
concediósela Satán,
y entraron en el momento
Baco, Venus y Birján. (6)
¡Oh, qué arrogantes sujetos!
Entró Venus en su carro
tirado de un par de cuervos,
pues sus palomas allí
no se usan o volaverunt.
Siguió Baco en un tonel,
coronado de sarmientos,
con una zorra que hacía
zetas y equis con su cuerpo.
Por último entró Birján
sobre una mesa de juego,
con dos velas, unos naipes,
una carpeta y dos cueros,
tirado de jugadores
ensuciados y trapientos.
Luego que de sus carruajes
saltaron muy patitiesos,
fueron a hacerle a su rey
los debidos cumplimientos;
éste los correspondió
y hasta se tocó los cuernos;
los hizo sentar, y a Venus
colocó al lado derecho,
y ella mucho agradeció
su cortés comedimiento;
porque hay damas que confrontan
con el diablo en lo soberbio.
Ya acomodados los tres,
y dando atención el pueblo,
dijo Venus...; pero aquí
acabó el papel: pretexto
sin duda el más poderoso
para no oír lo que dijeron;
mas el lector, si quisiere,
espero no tendrá a menos
oír el miércoles que viene
a Baco, Birján y Venus.
DE VENUS, BACO Y BIRJÁN ¿A CUÁL VAN? (7)
O CONTINUACIÓN DEL JUGUETILLO TITULADO
EL BANDO DE LUCIFER
Paróse Venus, pues, muy cortesana,
semidesnuda y con gentil gracejo;
ante Luzbel sus méritos alega,
pendiente de sus labios el Congreso.
—Yo soy, príncipe (dice), bien lo sabes,
hija del primer rey del universo, (a)
no de la espuma de la mar salobre
como creyeron los romanos ciegos.
Nací reina, señor, como te dije,
y en los mortales extendí mi imperio
con tanta rapidez, con tal fortuna,
como no tuvo el macedón guerrero,
pues a mis huestes siempre vencedoras
les rinde vasallaje y paga pecho
cuanto el mar baña en líquidos cristales,
cuanto ilumina el sol con sus reflejos.
Monarcas, reyes, príncipes, señores,
conquistadores de opulentos reinos.
Después, condes, marqueses y barones,
generales, ministros, palaciegos,
hombres, mujeres, sabios, ignorantes,
pobres y ricos, nobles y plebeyos...,
todo el mundo, por fin, a mi dominio
ochenta siglos ha que está sujeto. (b)
Bien es verdad que ha habido capitanes,
famosos y valientes en extremo,
que han resistido a mis felices armas
a pesar de un encuentro y de otro encuentro:
díganlo los Jerónimos, los Pablos,
los Franciscos, Antonios, Irineos,
Úrsulas, Genovevas...; pero tantos
reducirlos a número no puedo.
Mas ¿qué les ha costado libertarse
de sufrir de mi yugo el captiverio?
Ya tolerar de la hambre los rigores,
de habitar por los páramos y yermos,
ya destrozarse en áridas espinas,
ya hacer de ardientes llamas blando lecho,
y ya, en fin, ¡oh, valientes enemigos!
morir primero que rendir el cuello.
Tal vez, dirás, señor, que aquí yo misma
parece que me estoy contradiciendo,
pues antes dije que mandaba el orbe
y ahora confieso tantos vencimientos.
Pues no hay contradicción: nadie lo dude.
Es lo mismo que dije: estáme atento.
Principio es asentado que lo poco
por nada se reputa, y siendo cierto
que los valientes héroes que he nombrado,
después de comparados con el resto
de los demás mortales, son tan pocos
(permítaseme el cálculo grosero)
que punto indivisible me parecen
con la gran mole de mi vasto imperio,
sigue que, como nada me aprovechan,
tampoco para nada yo los cuento
y quedo siempre reina soberana
del mundo todo, como dicho llevo.
Pero dirás, Luzbel, que de mis glorias
el panegyris hago; no lo niego,
pues; pero has de saber que todas ellas
siempre se han dirigido a tu provecho.
Si yo hice que Pentápolis ardiera
con todos sus contornos; si al gran pueblo
predilecto de Dios, los madianitas
por su torpe comercio destruyeron;
si los hijos de Helí, buen sacerdote,
por mi causa en la guerra perecieron;
si por Helena tantos disparates
hicieron los troyanos y los griegos,
y por Florinda se perdió la España,
y dominaron turcos y agarenos;
si la Inglaterra se pervierte tanto
por una Ana Bolena y un Bolseno; (8)
si... ¡Pero dónde voy! si tus cavernas
están llenas de mí, dirélo presto;
si muy pocos se salvan por mi causa,
o (séame testigo un santo aunque sea muerto) (c)
antes por tuyos muchos has contado
por las bellas falanges con que venzo. (d)
Dime, Luzbel, ¿no es justo que yo logre,
séase el que fuese, el prometido premio?
Pues habiendo probado que yo sola
he trabajado tanto por tu aumento,
y probando también, como pudiera,
que basto, sin auxilio y sin refuerzo,
a despacharte a miles los reclutas
y a abastecer ad sumum los Infiernos,
me parece me debes de justicia
(y entre nosotros se usa) darme luego
el lauro del certamen. ¡Oh, gran padre!
así lo espero, sí, pues lo merezco.
Dijo, y sentóse Venus, y al instante
probó a pararse Baco placentero;
pero tenía tal zorra el pobre diablo
que, a su pesar, dos veces tomó asiento.
Reíanse los demonios a cachinos; (9)
el mismo Lucifer se daba a perros;
sólo el rata del mosto y del clachique (10)
en aquel acto estaba muy sereno,
pues vergüenza y borracho contradicen;
pero al fin, se paró con bamboleo,
y entreabriendo los ojos, balbuciente,
dijo con hipos, bascas y regüeldos:
—Señor don Satanás, yo he sido siempre
a vuestra majestad buen compañero:
he matado hombres, vaya, como chinches,
y os he enviado sus almas de correos.
Yo confecciono con primor bastante,
y los puros licores enveneno.
A los vinos los tiño y los adobo,
aunque otros dicen que los adultero.
Rebajo el aguardiente de Castilla
con otro tanto de agua cuando menos,
y para que le quede fortaleza
le echo alumbre, alcanfor, dulce y pimiento.
También al chinguirito lo reformo,
y lo vendo por simple, y es compuesto.
Mistelas hago yo que es un prodigio,
y todas con mil nombres diferencio,
ya de calancapatle, (11)ya de hinojo,
de naranja, de anís, de mastuerzo,
de toronjil, de la hambre, de canela
y hasta del dulce amor, hasta de Venus.
Al vino regional, al pulque, digo,
le mezclo palos, cal, camina cuero, (12)
y si está flojo, le echo (no os asombre)...
la frutilla del árbol perulero,
y son tan admirables estos mixtos
que a los de Circe yo se los apuesto;
si animales inmundos volvió aquella
a los de Ulises pobres compañeros,
yo vuelvo a los mortales, sin disputa,
no sólo brutos, insensibles leños.
Ojos tienen, no ven; manos, no tocan;
oídos, pero no oirán ni el fuerte trueno;
pies, pero no darán jamás un paso,
a no ser que los carguen los serenos;
gusto en la boca, pero no perciben
a qué sabe la lengua de los perros.
Así se viven éstos, así mueren
y así vienen borrachos acá dentro.
Y todo esto que hago, señor diablo,
¿se ha de quedar sin premio? No lo creo.
Vamos, ¿qué esperan? déseme la gala;
si es de pulque, señor, que sea de lejos,
y si fuere aguardiente, sólo encargo
que no tenga mucha agua, que me enfermo.
Pensando que había dicho alguna cosa,
concluyó Baco y se sentó muy fresco.
Birján se levantó, medio corrido
por ser un dios novel, si no contrahecho,
y dijo: —Gran señor, yo bien conozco
que aquí asisto no más por cumplimiento,
pues no pretendo compartir con Baco
ni con la hermosa Venus; pero debo
deciros mis servicios brevemente
porque den al certamen todo el lleno.
Conociendo a los hombres ambiciosos,
amigos de saber y tan perversos,
les compuse un librito, según dicen,
pues hay alguna duda acerca de esto.
Este libro, señor, precisamente
contiene cuarenta hojas y es pequeño;
mas su doctrina ofrece en dos palabras:
tener, sin trabajar, mucho dinero.
No es posible deciros los aplausos
con que el tal libro recibieron ellos;
infinitas se han hecho reimpresiones
en diferentes lenguas, en mil reinos;
a los teólogos, sabios y letrados
mi obrilla ha merecido sus desvelos;
los zafios, los más rudos e ignorantes
que no han visto siquiera el alfabeto,
se han dedicado con tesón y en vano
a aprender de mi libro los misterios.
Los que han pensado ser en esta ciencia
consumados doctores, padres maestros,
un sumulista, cuando menos piensan,
les deja más negadas (13) que cabellos.
Como salió tan mala mi doctrina,
prohibieron su lectura los gobiernos,
sin recoger los libros, porque fueran
honesta diversión y pasatiempo;
pero los hombres saben mutuamente
por diversión quitarse hasta el pellejo,
y cuando ya han perdido la camisa,
dicen que fue jugando; sigue de esto,
que muchos por mi causa se condenan,
que es cuanto puedo hacer en vuestro obsequio.
Dijo; y mandó Luzbel que se votara,
y salieron iguales Baco y Venus;
mas como por fortuna el presidente
y favorito de ésta era Asmodeo,
se inclinó por su parte la balanza,
entre vivas y horrísonos estruendos.
Mandó Luzbel la diesen mil azotes,
una corona de encendido hierro
y la casaran con un hombre tonto,
celoso, pobre, con hermana y suegro.
Este premio da el diablo al que le sirve
con más prolijidad y más esmero.
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) Venus hace aquí el papel de la concupiscencia que vistió a Adán cuando perdió la gracia.
(b) Omne quod est in mundo, concupiscentia carnis est. Juan, cap. 2, t. 16.
(c) «No contando los niños de los adultos, pocos se salvan por el vicio de la carne». Es de San Remigio.
(d) «Por la hermosura de la mujer han perecido muchos». Del Eclesiástico.
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) 1811 o 1812 (NM, p. 107). Pliego suelto; 8 pp. en 8° S. 1. ni f. de i
(2) los diablos a trompa y cuesco. Golpeándose. Cf. José Mariano Acosta Enríquez:Sueño de sueños, Biblioteca del Estudiante Universitario, vol. 55 (México, Imprenta Universitaria, 1945, p. 180): «Eso no, delante de mí nadie ha de andar a trompa y cuesco, que éste ya no parece juego, sino veras...»
(3) muy rara avis in deserto. El hemistiquio de Juvenal (Sátiras, VI, 165) es: rara avis in terris. Lizardi pone in deserto para ajustarla a la rima.
(4) que (como el negrito) dicen, / sin escrúpulo ni miedo, / que es moderata ganancia / lucrar un cento por cento. Parece aludir al Negrito Poeta, que vivió a mediados del siglo XVIII y a quien Fernández de Lizardi elogia en el Periquillo, libro II, cap. VI; pero los versos aquí parcialmente citados no figuran en la compilación hecha por Simón Blanquel, editor, desde 1856 hasta 1871, del Calendario del Negrito Poeta mexicano, donde dio a conocer, con notas y comentarios propios, las que llamaba «agudezas métricas» de aquél. Tampoco hay referencias en el capítulo que Rubén M. Campos consagra al célebre improvisador en El folklore literario de México (México, Secretaría de Educación Pública, 1929), ni en los artículos del padre Alfonso Méndez Plancarte en El Universal, México, julio-septiembre, 1945.
(5) el señor Llanos. No hemos encontrado referencias acerca de éste, pero verosímilmente era un militar encargado de mantener expeditas las comunicaciones entre México y el puerto de Veracruz. Quizás se trate del general Ciriaco del Llano, que auxilió a los realistas en el sitio de Cuautla (1812), estuvo al frente de la Intendencia de Puebla (1813), derrotó a los insurgentes en el combate de Puruarán (1814) y, sitiado en Puebla (1821), hizo un convenio de capitulación con Iturbide.
(6) Birján. En México, el apellido del supuesto inventor de los naipes, Vilhán —pronunciado con aspiración de la hache— se corrompió en Birján, y al personaje se le tuvo y aún se le tiene como un ser mítico, especie de dios del juego. Cf. notas de Rodríguez Marín, Schevill y Bonilla, etcétera, al Rinconete y Cortadillo de Cervantes.
(7) 1811 o 1812. Pliego suelto; 8 pp. en 8º S. 1. ni f. de i.
(8) Bolseno. No logramos identificar este nombre, probable hispanización de un apellido británico. Acaso se trate del cardenal Wolsey, que intrigó infructuosamente para conseguir de la Santa Sede el divorcio del rey Enrique VIII, deseoso de casarse con Ana Boleyn, o Bullen, y al que, por ello, le cupo responsabilidad en el cisma de Inglaterra.
(9) cachinos. Cf. nota d de Los currutacos herrados y caballos habladores.
(10) clachique (variante de tlachique). «Pulque sin fermentar, acabado de sacar de la mata, en forma de aguamiel». Santamaría, Dic. mej.
(11) calancapatle. Forma original del aztequismo calancapacle: «hierba mexicana de las compuestas que administra para curar los derrames biliosos». Santamaría, Dic. mej.
(12) camina cuero. No fue posible encontrar referencia alguna sobre esta expresión. Tal vez deba leerse: comino, cuero.
(13) negadas. Barbarismo por negativas.