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SABE USTED QUE SOY SU CRIADO Y QUE ME PUEDE MANDAR (1)

O SEA LA FALSA AMISTAD

LETRILLA

Cuando yo tenía dinero,
creía con simplicidad
que todo hombre era sincero,
que siempre hablaba verdad
y nunca era lisonjero.
Porque cuantos yo trataba
mil finezas me decían:
mi amistad les agradaba,
y según me proferían,
ninguno me aventajaba.
Apenas se pueden creer
sus francos ofrecimientos,
pues en esto de ofrecer,
hubo quien, sin fingimientos,
me ofreciera su mujer.
Ni el rey pudiera contar
más criado que había logrado
yo; pues oía sin cesar:
Sabe usted que soy su criado
y que me puede mandar.

Quién me decía muy ufano
y muy cortés, ya se ve:
A la orden de usted, paisano;
acá lo somos de usted;
señor, beso a usted su mano.

Quién sus reales me brindaba;
quién su mesa me ofrecía;
quién diez mil quejas me daba
porque no iba cada día
a su casa y lo ocupaba.
Quién me decía: Con franqueza
ocúpeme usted, amigo;
tráteme usted con llaneza;
créame usted lo que le digo,
deseo servirlo.
¡Ah, simpleza!
Si al juego por accidente
alguna vez concurría,
y el dinero de presente
se me acababa, a porfía
me prestaban prontamente.
Si el polvo se me pegaba
a la casaca, al momento
había quien me lo quitaba
con el paño, y con gran tiento,
por creer que me lastimaba.
Si un ligero constipado
acaso me acometía:
¡Jesús, y cuánto recado
y visitas recibía!
y todas ¡con qué cuidado!
También a las señoritas
les merecí mil favores,
y aun las más presumiditas
y bonitas como flores
apreciaban mis visitas.
Unas celos me tomaban;
otras me hacían mil ternezas;
aquéllas me lisonjeaban
con repetidas finezas,
y todas me enamoraban.
Soy de ingenio limitado;
más que menos cejijunto;
de nariz bien abultado;
mi color es de difunto;
aindamáis: soy jorobado.
Con éste y aquel defecto,
y otros que callarlos quiero,
decían: que era muy perfecto
y tan galán caballero
que las robaba el afecto.
Ahora conozco mi yerro;
siempre he sido mal cantor:
mi voz parece cencerro,
y tan mala, que es mejor
oír, tal vez, ladrar un perro.
Con todo, tan insensato
me tenía la adulación,
que cantaba sin recato,
tono ni moderación,
pero mal y cada rato.
Si en un estilo baboso
prorrumpía en una tontera,
no faltaba mentiroso
allí mismo que dijera:
¡Es don fulano gracioso!
Como una gallina clueca
la bebida me ponía;
pero el rico nunca peca:
la embriaguez se conocía,
mas pasaba por jaqueca.
Cuando perdía sin razón
a los naipes un talego,
el montero camastrón
decía: que en mí no era el juego
vicio, sino diversión.
A costa de adulaciones,
los tunos y chocarreros,
lisonjeando mis pasiones,
lograron dejarme en cueros
y llevarse mis doblones.
Al punto que concluyó,
por ellos, mi principal,
toda la escena varió:
a todos parezco mal
y no hay otro peor que yo.
Si por curarme el empacho
compro medio de aguardiente,
luego me cuenta el muchacho:
Señor, ahí dice la gente
que se vive usted borracho.

Si al juego voy con rubor
a buscar una peseta,
oigo decir, con dolor,
que soy una gran maleta
y un eterno jugador.

Si al ruido del chocolate
suelo ir a alguna visita,
luego dice un botarate:
Cuenta con la señorita,
que éste es muy buen zaragate.

Algunos tan inhumanos
son conmigo, ¡cosa rara!
que dicen a sus paisanos
que no me vean a la cara,
sino no más a las manos.

Si cobro a algún camarada
de tantos que les presté,
me dicen con voz airada:
Vaya, no me muela usted,
que yo no le debo nada.

Si a otro pido muy cuitado
un socorro vergonzoso,
me dice: Estaba yo aviado
con mantener a un ocioso;
vaya a tomar el arado.

Por más que me afane y sude,
busque, solicite y corra,
uno no hay, nadie lo dude,
no digo que me socorra,
pero ni que me salude.
Ninguno me da su lado
ni que fue mi amigo dice;
después que me han estafado
y constituido infelice,
todos me han abandonado.
Las mujeres..., con perdón...;
mas de ellas hablar no quiero,
que es segura conclusión,
que en acabando el dinero,
acaba su estimación.
En fin, ¡pobreza inclemente!
sin estar excomulgado,
voy al templo, y derrepente,
atrás, me dice el soldado;
¿y por qué? por indecente.
De modo que..., ¡esto me irrita!
no entro yo, pobre cristiano,
porque voy con mi chispita,
y sí entrará un luterano
con pantalón y levita.
No creas, lector, embolismo,
lo que lees escrito aquí;
hoy, más que nunca, el egoísmo
se advierte, y quizás a ti
habrá pasado lo mismo.
Pues los cielos son testigos
de que te hablo con pureza:
guárdete Dios de enemigos;
escarmienta en mi cabeza,
y cuenta con los amigos.

autógrafo de José Joaquín Fernández de Lizardi

José Joaquín Fernández de Lizardi


Notas del editor UNAM-IIF:

(1) 1811 ó 1812 (NM, p. 108). Pliego suelto; 8 pp. en 8° S. 1 ni f. de i. En las dos últimas páginas aparece otro poema, Cuentecillo viejo, pero mal aprovechado, no mencionado por González Obregón. En RE, pp. 173-181, se mantiene el orden original.


UNAM Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones Filológicas
El Pensador Mexicano - Poesía de José Joaquín Fernández de Lizardi


manuscrito / manuscript Manuscrito de José Joaquín Fernández de Lizardi

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