HACEN LAS COSAS TAN CLARAS QUE HASTA LOS CIEGOS LAS VEN (1)
ANÉCDOTA
Cada día un ciego compraba
su medio de chinguirito,
y el vinatero maldito
la medida cercenaba.
El menoscabo notaba
con el dedo el ciego bien,
y un día le dijo: Contén,
ladrón, tus mañas avaras,
que haces las cosas tan claras
que hasta los ciegos las ven.
Si esto dijo un ciego, yo,
que tengo tamaños ojos
y miro con mil enojos
la doncella que parió;
la casada que enviudó,
aun viviendo su marido;
a éste tan desentendido,
y a otros..., ¿no diré también,
al ver maldades tan raras:
que hacen las cosas tan claras
que hasta los ciegos las ven?
Niña, ¿cómo hemos de creer,
por más que tú nos lo digas,
que eres virgen? Tus amigas
son, ya sabes, de correr...;
chacota es tu proceder;
tu trato es harto liviano;
tu vestido muy profano;
tu amante, sabemos quién;
si estas cosas ocultaras...;
pero las haces tan claras,
que hasta los ciegos las ven.
¿Cómo quieres, oh, marido,
que creamos eres honrado,
si eras soltero pelado
y hoy esposo bien vestido?
Herencia no la has tenido
ni oficio; mas Ursulita
es alegre y es bonita,
y tú dejas que la den
blondas y rejillas (2) caras,
y ella hace cosas tan claras,
que hasta los ciegos las ven.
Por más que reces, Catana, (3)
en la iglesia todo el día,
mil niñas te dicen tía
y mil mozalbetes, nana.
Tú, aunque dejas de mañana
sin una lumbre el brasero,
a la noche con dinero
vuelves, porque sabes bien
de tus sobrinas las taras,
y cosas haces tan claras,
que hasta los ciegos las ven.
Y tú, maldito escribano,
hipócrita, fariseo,
que acriminas a aquel reo
que untar no puede tu mano,
cuéntanos que eres cristiano
y que obras de buena fe,
que yo que mientes diré
por siempre jamás, amén;
pues aunque más lo juraras,
son tus estafas tan claras,
que hasta los ciegos las ven.
Tú, padre consentidor
de este infelice muchacho,
que algún día será un borracho,
un ladrón o un jugador,
dime, dime: que el amor.,
que su madre..., que la edad,
te disculpan; que en verdad
en la horca, funesto tren,
con ese amor le preparas,
pues ya hace infamias tan claras,
que hasta los ciegos las ven.
¿Cómo, en fin, cómo creeré
que sólo van a parlar
a los cafés y al billar
muchos, cuando bien se ve
que apenas prueban el the,
cuando apuran los licores,
y suelen estos señores
salir de allí ten con ten
hablando simplezas raras,
y a veces tan a las claras,
que hasta los ciegos las ven?
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) Imprenta de doña María Fernández de Jáuregui, año de 1812. S. 1. ni f. de i. Pliego suelto; 8 pp. en 8°, de las cuales las pp. 5-8 correspondían a otro poema, Pintura de un baile, no incluido en la edición de 1819. Mencionado por J. M. Lacunza en el D. de M., t. XVI, núm. 2311, 31 de enero de 1812; su juicio es más benévolo que en otros casos: «... no tengo embarazo en confesar, que el papel de D. J. F. de L. Hacen las cosas tan claras, que hasta los ciegos las ven... es uno de los menos malos de este autor; y aun estoy por decir que, quitando uno que otro escrupulillo, es bueno en su clase» (p. 122). Fernández de Lizardi rechaza la condescendencia del crítico respondiendo: «Si en mi papel... hay escrupulillos, según D. J. M. L., que lo constituyen malo: en su fábula [El piojo y las hormigas; cf. nota a de La abeja y el zángano] hay pecados mortales, que la hacen nefanda». (Ibid., t. XVI, núm. 2325, 14 de febrero de 1812, p. 180). RE, pp. 50-54.
(2) rejillas. Cierto bordado o tejido de malla, muy usado por las mujeres en un tiempo para faldas interiores o fondos. Santamaría, Dic. mej.
(3) Catana. Hipocorístico de Catalina.