LOS PENITENTES DEL DIABLO (1)
INTRODUCCIÓN
¿Quién ha de creer que tiene
penitentes el diablo? A mano viene
este grito que escucho;
será de algún insulso papelucho,
de simpleza abundante
el más seguro y más cabal garante,
pues ¿quién creerá, repito,
que tenga penitentes el maldito?
Sin duda, es delatable
autor tan ignorante y execrable,
que por tal de vender sus mamarrachos,
hace griten blasfemias los muchachos. (2)
¡Bien haya el que le dio de coscorrones (a)
a uno de estos muchachos socarrones,
que el otro día en las Lonjas (3)
gritaba: ¡Las boleras de las monjas! (4)
Coplas escandalosas
eran, sin duda; ¡pobres religiosas!
¡Jesús! ¡que corran libres estos días
semejantes heréticas poesías!
¿Te explicarás así, lector amigo?
Yo no lo quiero creer ni a ti lo digo;
y pues contigo no hablo,
vamos a ver los mártires del diablo.
QUINTILLAS
Hoy mi musa determina
hacer ver con evidencia
que el de vida libertina
hace más cruel penitencia
que el cartujo o capuchina.
Muy llanita será y lisa
la comparación que haré,
y tú dirás muy aprisa
que es juiciosa; y ya se ve
que esto no es cosa de risa.
El cartujo se levanta
a maitines, es verdad,
y a Dios mil himnos le canta;
mas, ¿con qué serenidad
después va a dormir? ¡oh, cuánta!
Los jóvenes relajados
y muchachas fandangueras,
mal comidos, peor cenados,
se están las noches enteras
en los bailes desvelados.
Bien sé que la religiosa
que renunció pompa y coche
por ser de Jesús esposa,
si una hora vela de noche,
tranquila el resto reposa.
Y también tengo advertido
que la que el baile apetece,
cuando acaba, si ha dormido,
siempre dice: que amanece
con todo el cuerpo molido.
La monja a Dios le ha cantado
laudes e himnos, y no pocos;
también al diablo ha entonado
rorrós y jarabes (5) locos
la otra. ¿Cuál habrá medrado?
Suelen de carne abstinencia
tener ciertos monjes, sí.
¡Oh, qué cruda penitencia!
exclama el mundano aquí.
Más la hace él en mi conciencia.
Mil jugadores se abstienen
de toda vianda caliente,
y si sus albures vienen
con bizcochos y aguardiente,
la voraz hambre entretienen.
Experiencia cierta es ésta,
el caso no admite duda;
y por cuanto es más molesta,
digo, es no sólo más cruda,
sino, tal vez, indigesta.
Que las santas religiosas
ayunen, bien: ¿qué tenemos,
si las pobres vanidosas
que tú y yo bien conocemos
ayunan sin ser virtuosas?
La monja es cierto que ayuna
en determinados días;
desde que estaba en la cuna
supe que a sus reglas pías
jamás faltaba ninguna.
Más mortificación es
que una rota y pobre loca
ayune quizás un mes,
y se quite de la boca
lo que se pone en los pies (b).
Lo bonito es y sabido
que a éstas y a éstos los verás,
que aunque hayan la edad cumplido
jamás ayunan, jamás;
dicen que tienen latido.
El monje más ajustado
se acuesta en una tarima;
pero es porque le ha agradado
esta cama, y aunque gima,
quiere su cuerpo domado;
pero el tahur, ebrio y ocioso,
vagabundo y botarate,
que tal vez es tan vicioso
que su cama es un petate,
¿duerme con mejor reposo?
Suele el religioso austero
sufrir a un necio prelado;
y el mundano lisonjero
también es avergonzado
por el señor majadero.
Ambos callan, es verdad;
mas con esta diferencia:
que en aquél es humildad
sufrir una impertinencia,
y en éste, necesidad.
No hay duda, con los cilicios
se mortifica el cartujo;
pero al hijo de los vicios
sirve de cilicio el lujo,
y sufre muchos perjuicios.
En teniendo el fraile un saco,
tiene cuanto ha menester;
pero el pobre currutaco
que no tiene que comer
y quiere lucir el taco... (6)
Considéralo, lector,
en la monetaria calma;
duélate su cruel dolor,
que es su cilicio del alma,
y es el cilicio peor.
De las madres capuchinas
la descalcez yo bien veo
que es pena; mas ¿no imaginas
por qué aquélla va al paseo,
como si pisara espinas?
Sufren el dolor ingrato
por fingir pequeño pie:
lo disimulan un rato;
pero lo llevan, a fe,
como tres en un zapato.
¿Qué juicio has formado, di,
lector, de uno y de otro apunte?
Pero pues no estás aquí,
antes que te lo pregunte
tú debes oírlo de mí.
Que hay muchos más penitentes (c)
del demonio que de Dios;
que éstos son muy imprudentes,
muy necios; y que los dos
en esto estamos corrientes.
Que mucho más padecemos
y más nos mortificamos,
cuando dar gusto queremos
al vicio que lisonjeamos,
que no a Dios a quien debemos
Que es decir: que más trabajo
cuesta a algunos condenarse
echando por el atajo,
que les costara salvarse;
y Dios para esto los trajo. (d)
Vio de Dios la gloria Pablo
y los justos la verán:
esto es de fe, yo no lo hablo;
mas ¿qué premio esperarán
los penitentes del diablo?
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) Fue cierto. Yo en caridad le he de hacer, a quien quiere que fue, una advertencia y una súplica. La advertencia es: que mis papeles salen a la luz después de la aprobación del señor revisor comisionado por el gobierno; se les reparten los correspondientes impresos a los señores inquisidores, ministros, etcétera, y era regular que si tuvieran publicar [sic], o si por accidente se les notaba después de publicados, se hicieran recoger al instante. La súplica es: que, por amor de Dios, no juzgue las cosas antes de verlas, pues aunque sea con capa de celo, dará a entender que debajo de una buena capa hay una ignorancia terrible. Tampoco vuelva a maltratar a los pobres muchachos y mujeres que buscan subsistencia con este inocente arbitrio; reflexiónese que, en ningún caso, pueden éstos tener la culpa de las sandeces de los papeles que venden; (aunque las tengan), reclamen a los autores, que bastante, o satisfacerán [sic] a las justas objeciones que se hagan, procurando enmendarse (hablo de mí) o se le hará ver la futilidad de su crítica, desvaneciendo con solidez sus trampantojos.
(b) Muchas pobres se mal pasan muchos días por comprar unos zapatos de a cuatro pesos, que rompen en un baile tal vez la noche que los estrenan. ¡Qué bobas!
(c) Todos saben que esta voz, penitencia, se deriva del verbo poenitet latino, que significa arrepentirse; y en este sentido, penitencia quiere decir arrepentimiento, y siendo de nuestras culpas, por ser de Dios el ofendido, es verdadera penitencia la que basta para justificarnos y hacernos verdaderos penitentes; pero yo no tomo aquí la voz en su propio sentido, sino sólo en cuanto a las mortificaciones corporales. Bien que en el infierno todos los condenados son penitentes, esto es, arrepentidos, aunque sin fruto.
(d) Del estado de la posibilidad al de la existencia.
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) Mencionado en el informe de la Censura correspondiente a Enero de 1812. Pliego suelto, 8 pp. en 16º S. f. ni 1. de i. (Sutro, pp. 22-23). RE, pp. 85-92.
(2) Los seis versos siguientes y la nota (1) que incluyen fueron suprimidos en la edición de 1819. Por haber sido imposible consultar el original, transcribimos ambos textos tal como los reproduce Radin en Sutro, pp. 41-43.
(3) en las Lonjas. Artemio de Valle-Arizpe dice que eran las tiendas establecidas en los bajos de «las casas de Cortés», ahora edificio del Nacional Monte de Piedad, en la calle que se llamó de Cereros y, después, del Empedradillo, ahora del Monte de Piedad.
(4) Cf. nota 1 a Las boleras de las monjas.
(5) rorros. Muñeca, juguete de niñas. Santamaría, Dic. mej. Juan de Dios Peza, Buena nueva (en Cantos del Hogar): «canten a los rorrós, / todos a la rorrorró».
(6) lucir el taco. Cf. nota 3 a Busque usted quién cargue el saco que yo no he de ser el loco.