PINTURA DE UN BAILE (1)
Pues si, lector querido,
por mera ceremonia de cumplido
fui convidado a un baile la otra noche,
(por señas que fui a pata, no hubo coche),
toqué la puerta, dieron mi recado,
y cátame en la sala bien parado,
porque asientos no había,
y esta fue la primera desgracia.
La sala iluminada
estaba toda, bien habilitada
de bonitas y fieras
de cuanto estado y condición quisieras:
patriotas, oficiales;
clérigos, seculares, colegiales,
toda clase de gente
que se llama decente,
allí bien se mezclaba
mientra[s] el famoso baile comenzaba,
que comenzó en efeto,
rotó por una dama de respeto,
con un serio minuete,
que fue seguido de noventa y siete:
y si acabara en ento
el consonante, hubieran sido ciento.
De admirar no cesaban
mis ojos, la modestia que observaban
curras y petrimetes [sic]
mientras duró la tanda de minuetes:
tanta, que los danzantes, ni la mano
siquiera se tocaban; ¡que cristiano
festín, que eutropelia!
así, ¡pobre de mi! yo discurría
cuado acabó la tanda en hora buena,
y cata aquí, lector, distinta escena:
sustituyó al silencio el palmoteo,
la chacota, el mormullo [sic] y manoseo;
acabó la vergüenza y la templanía,
y a gritar comenzaron, contradanza:
púsose prontamente,
y al recato le dieron su patente;
pues entre los chacees, ochos y lazos,
sobraban los pellizcos, los abrazos
los dichos, los excesos,
(que decir no se pueden) y los besos;
revueltas con manolas, y figuras
bailaban, de ambos sexos, las locuras;
hasta que aquel complot ya fatigado
la palestra dejó por el estrado;
siguió un brindis contino
de aguardiente, mistela, ponche y vino,
cuyo fruto, si inquieres,
fue el general descoco en las mujeres,
y también en los hombres,
pues estos (no te asombres)
mucho las manoseaban,
aunque ellas, de esto poco se mosqueaban;
la madre no advertía
lo que este (al disimulo) a su hija hacía;
la casada no veía a su marido,
porque tenía cortejo más lucido;
el casado se hacía más que prudente,
por ir a cortejar al aguardiente;
los solteros Jesús! ¡si yo intentara
decir todo lo que hubo no acabara!
hubo rorros inditas, y no pocos
simples, bailando los jarabes locos,
y hubo doncellas (dicen) si las vieras,
que lo bailaron locas, y de veras,
pero no satisfecha su locura,
subió de punto su desenvoltura;
pues bailaron la balsa... ¡qué bonito
es este celebrado sonecito!
él no tiene más gracia, que dar vueltas,
pero en estos retozos y revueltas,
no admiten disimulo los abrazos,
los pellizcos, y más, todos son lazos;
mas estaba la gente escrupulosa,
y gritó: basta balsa, y a otra cosa.
Uno dijo, ¿qué cosa? que me aburro;
y a una voz exclamaron, burro, burro.
Entonces se pararon
y ellos con ellas círculo formaron
quedándose uno solo colocado
en el medio del círculo formado.
Al compás de la música bailaban,
y de repente todos se abrazaban,
y aquel que no abrazaba brevemente,
se quedaba de burro incontinente.
No dejó de espantarme un tanto cuanto
tan clara desvergüenza, y no soy santo;
si me casara yo, sólo decía,
mi mujer a estos bailes no vendría;
mis hijas, ni de chanza:
mire usted ¡qué bonita va la danza!
se abrazan y retozan con licencia,
a la vista y paciencia
de los padres sufridos,
y de los cabros pues de los maridos;
pues según lo que miro, yo no ignoro
que entre estos burros no faltará toro.
En esto estaba yo, como te digo,
cuando sin son ni ton, querido amigo
sacaron las espadas
y se acabó la danza a cuchilladas;
yo me escapé de allí, y a gran fineza
tuve que no me rompieran la cabeza.
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) Texto publicado por Nancy Vogeley. Copia impresa en la Biblioteca Sutro. [Impreso en Obras XIV, pp. 13-17. Nota de la edición original de la UNAM].