LA MURALLA DE MÉXICO EN LA PROTECCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA NUESTRA SEÑORA (1)
O AGRADECIDO RECUERDO QUE, DEL FAVOR DE HABER LIBRADO LA MISMA SEÑORA A ESTA CAPITAL DE LA IRRUPCIÓN QUE SOBRE ELLA INTENTARON LOS ENEMIGOS AHORA HA UN AÑO, ESCRIBIÓ D. J. F. DE L.
¡México venturosa!
ciudad ilustre, rica y populosa;
suelo dichoso; manantial fecundo
de las delicias todas de este mundo,
pues en ti están unidas
las que en otras se advierten repartidas:
clima benigno, dilatados planos,
aguas gustosas, alimentos sanos,
edificios famosos,
alegres calles, templos prodigiosos,
talentos peregrinos,
rostros... iba a decir casi divinos;
tú eres la cifra, sí, de la riqueza,
del valor, del ingenio y la grandeza
y aun de todo lo bueno yo colijo,
pues quien México nombra, todo dijo.
Amada patria mía,
si no lo fueras, más decir podía
mi pobre musa; pero yo no quiero
la nota padecer de lisonjero;
sin embargo se te halla
una gran falta en no tener muralla,
que una ciudad tan rica y codiciada
estar debiera bien amurallada
esto sólo te noto...
¿Pero qué alegre ruido, qué alboroto
extraño de campanas,
qué adornos de balcones y ventanas,
qué salvas tan festivas,
qué júbilos, qué gustos y qué vivas
anuncian el transporte
de esta hermosa ciudad, de esta gran corte?
¡Ah, sí! que éste es el día
en que rinde oblaciones a María
a fuer de agradecida,
pues que le debe la quietud, la vida
y la paz deliciosa
que sin duda por ella sólo goza.
Hoy hace ¡hay, Dios! un año
que la malicia, la ira y el engaño
fueron los arcaduces
por donde vino al Monte de las Cruces
en copiosos torrentes
la multitud terrible de insurgentes,
a los que muchos vieron
y a los que todos les temieron.
¡O díganlo las casas y las calles,
funestos teatros de lamentos y ayes;
publíquenlo las puertas,
de éste cerradas y de aquél abiertas,
no dándoles lugar
el temor ni de abrir ni de cerrar!
Éste corre, aquél grita,
uno se esconde, el otro más se irrita,
éste pide armas cuando aquél procura
hallar asilo en una sepultura.
Todo era confusión, todos se azoran:
gimen los niños, las mujeres lloran
y el decrépito viejo
en tal tribulación no halla consejo;
llora sus hijos la afligida madre,
y éstos temen cadáver a su padre;
el rico ve perdida
¿su hacienda sola? no, también su vida;
el pobre juntamente
teme la muerte; la doncella siente
verse tal vez burlada,
y teme verse viuda la casada.
Retiremos la vista de esta escena
y vamos a las Cruces... ¡Triste pena!
porque es mayor el daño y más temido,
cuanto va de esperado a padecido.
Aquí sólo se advierte
el triste teatro de la horrible muerte:
los semblantes están descoloridos,
unos rabiosos, otros afligidos;
suena del parche la señal sangrienta:
todos embisten ya, nadie hace cuenta
de su patria y su vida,
y afana sólo para ver teñida
la espada reluciente
en la sangre del otro que está enfrente;
el estallido del cañón terrible;
el humo de la pólvora insufrible;
las cajas y metales destemplados;
los gritos y rumor de los soldados;
el ¡Ay, Jesús! de aquel que está expirando;
el herido caballo relinchando;
la sangre derramada
del amigo, pariente o camarada;
el polvo que del suelo se levanta:
todo asusta, confunde, asombra, espanta;
mas las tribulaciones
se aumentan por instantes: dos cañones
se llevan los contrarios;
ya muere Bringas, (2) éste, aquél y varios;
de ellos aún quedan muchos,
de los nuestros son pocos; los cartuchos
se han acabado; acción desesperada
será seguir: tóquese retirada...
¡Jesús! todo peor se halla;
ya no hay orden de gente ni batalla.
Crece la confusión, el temor crece;
el que escapa mejor, más obedece;
ya juzgo los alcanzan;
los indios pusilánimes avanzan.
¡A Dios, México! ¡Cómo! ¿Que suspende
la marcha el enemigo? ¿se sorprende?
¿retrocede a lo lejos?
¿hace de guerra dos o tres consejos?
¿y es la resulta de ellos (¡esto encanta!)
que el campo prontamente se levanta?
Si este caso no fuera
tan público como es, ¿quién lo creyera?
¿Dónde se lee, en qué historia,
que después de lograda una victoria
de que hace el vencedor pomposo alarde,
abandone el terreno, huya cobarde,
por temor... no será de los soldados
que se retiran de él por desarmados?
Si estuvo por Hidalgo la batalla,
dirás: ¿por qué no entró? Por la muralla.
Por la muralla, dije, y a fe mía
que no me contradigo: por María.
Ella es la fortaleza, ella es el muro,
la defensa y castillo más seguro
en que debéis ufanos
vivir confiados, fieles mexicanos.
A tan divina sombra
¿qué enemigo os asusta ni os asombra?
Vuestra dicha ha logrado
tener un escuadrón bien ordenado;
un escuadrón valiente,
y aun terrible también para el que intente
invadiros, tenéis ¡oh, qué alegría! (a)
en los retratos bellos de María.
Pues ciudad tan feliz y tan dichosa
no ha menester muralla; le es ociosa.
No a México aseguran los torreones,
parapetos, trincheras ni merlones,
fosos ni contrafosos;
pero la cercan, sí, bustos hermosos
de nuestra sacra madre María bella;
mirado do quiera, encontraréis con ella;
volved los ojos, digo, a todos los vientos
y hallaréis ¿qué? prodigios y portentos:
Campo florido, la Piedad, la Bala,
los Ángeles... (b) En fin, te circunvala
¡oh, feliz patria mía!
la efigie soberana de María;
pero aunque en todas partes
tú la veneras, tienes dos baluartes
en que halla la piedad más prontos medios:
uno es en Tepeyac, otro en Remedios.
Si allá a Juan Diego fina se aparece,
Juan del Águila acá no desmerece
su divina presencia y sus favores.
Si un Juan la vio pintada entre las flores,
otro de igual nación y de igual grey
la vio de bulto encima de un maguey.
Si allá quiso de un cerro hacer pensiles,
al mismo efecto en éste de Albañiles
envió alados querubes, (3)
que entre músicas suaves en las nubes
con varios instrumentos
andaban afanados y contentos
fabricando gustosos
templo a la sacra Reina; ¡oh, días dichosos!
Si allá un favor venero
que no tuvo segundo, aquí primero
(a pesar del demonio y sus malicias)
de María recibimos las primicias
de su amor permanente.
Si allá sufrió prudente
de un obispo la duda bien fundada,
aquí sufrió (¡Jesús!) ser ultrajada
de golpear esa efigie de María; (c)
y madre tan amante y tan piadosa
¿qué hizo? Favorecerlos, no otra cosa.
María es en fin allí quien se aparece;
la misma es la que aquí nos favorece;
pues Madre santa, Virgen admirable,
hermosa Niña, pequeñita, afable:
vivid aquí y allí; vivid, Señora,
y sed nuestra muralla y defensora.
Y tú, feliz ciudad, por dicha tanta
alaba su bondad, sus dichas canta.
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) Terribilis ut castrorum acies ordinata. Cant. 6.
(b) Advocaciones de María Santísima a las orillas de México.
(c) Cuando los españoles derribaron los ídolos y colocaron a esta misma santa imagen, los indios enfurecidos pretendieron quitarla del altar con lazos y reatas, y no pudiendo moverla, le tiraron flechazos y pedradas, y siempre quedó ileso el bello simulacro. Tráelo el Br. Miguel Sánchez en sus Novenas de María Santísima para sus dos devotos santuarios de Guadalupe y de los Remedios, a fojas 6.
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) Pliego suelto; 8 pp. en 8° S. 1. ni f. de i. Mencionado en el informe del censor en octubre de 1811; impreso por Francisco Quintero. Mereció la agresiva crítica de Lacunza en los artículos que publicó en el D. de M. contra Fernández de Lizardi: «Por hablar el papel de vuestra merced La muralla de México de un asunto tan divino como indecorosamente tratado, siendo su principal objeto la visible protección de nuestra dulce madre María Santísima de los Remedios hacia los americanos, no haré sobre él más reflexión que aconsejarle lea con más cuidado que el que seguramente tuvo cuando le dio a la estampa las páginas 4 y 5, y bórrelas si puede». (T. XV, núm. 2272, 22 de diciembre de 1811, p. 701.) Fernández de Lizardi, indignado por la vaguedad de las acusaciones a este poema en particular, respondió en Quien llama al toro sufra la cornada: «Dice usted que el asunto de La muralla de México está tratado indecorosamente: ¿y lo hemos de creer sólo porque usted lo dice? Esto no es criticar sino hablar mal. He leído las páginas cuarta y quinta que usted cita: en la primera hay un yerro que se deja ver; es de imprenta; en la segunda nada advierto; en la séptima está querubines consonante de nubes (y esto se le fue a usted). Que estos yerros sean de imprenta lo manifiesta su misma crasitud; pero yo no quiero que usted me crea sobre mi palabra; vaya a la oficina de Jáuregui y pida el original de ese papel...» (p. 7). Más adelante, replica Lacunza: «Usted se persuade que en su papel La muralla de México se me fue hacer mención de las palabras nubes y querubines como no consonantes entre sí, cuando deberían serlo y usted sin duda debió decir querubes (y en efecto así lo mandaría usted a la imprenta). No, señor mío, advertí esto y otros varios yerros, que luego me supuse serían de imprenta, y de los cuales, por esta razón, no hice aprecio. En cuanto a las razones que tuve para encargar a usted leyese con más cuidado las páginas 4 y 5 del sobredicho papel, no las doy porque peor es meneallo» (D. de M., t. XVI, núm. 2303, jueves 23 de enero de 1812, p. 90). Nuevamente, Lizardi desafía al crítico: «Quisiera yo me demostrara usted sin rebozo cuáles son los defectos de las páginas 4 y 5 de mi papel La muralla de México porque decir que no lo hace porque peor es meneallo es razón de pie de banco» (ibid., id., núm. 2326, 15 de febrero de 1812, p. 185). Lacunza no contestó a este reclamo.
(2) Antonio Bringas, capitán realista que se distinguió en la batalla del monte de las Cruces contra los insurgentes (30-X-1810). Gravemente herido, falleció el 3 de noviembre siguiente.
(3) Corregimos la errata indicada por Lizardi. Cf. supra, nota a.