EL TESTAMENTO DEL GATO (1)
Estaba una despensa
abierta por descuido;
pasó por allí un gato,
y oliendo los chorizos,
los quesos y la carne,
el pescado y tocino,
no pudo contenerse;
entróse muy pasito,
y arremetió con todo
más presto que lo digo:
aquí destroza un queso;
allí muerde un chorizo;
acá un pernil devora;
allá un bobo hace añicos;
hasta que ya cansado
el animal maldito
de tanta golosina,
saciado su apetito
iba a salirse, y mira
(nunca la hubiera visto)
una olla de conserva
de no malos membrillos;
embistióla al instante;
púsose ojos, hocico,
manos, orejas, todo
chulo (2) el animalito;
más él no había advertido
en que la miel testigo
podía ser, y muy fiel,
de su voraz delito;
descuidado comía
y oyó no sé qué ruido;
quiere huir, y como estaba...,
diremos, adherido
(porque decir pegado
no es asonante de io),
a la olla con la miel,
¿qué hizo? romper los grillos;
alzóla para arriba;
¡qué fuerzas tenía el bicho!
y al caer el trasto al suelo
se hizo mil pedacitos,
de los cuales, colgados
a modo de zarcillos,
le quedaron algunos
por su mayor martirio;
entonces, azorado,
suspenso y afligido,
vio la miel derramada
y todos los perjuicios
que en un instante pudo
causar su hambriento vicio;
entonces, despechado,
confuso, arrepentido,
la maña detestó
de comer lo prohibido;
entonces, finalmente,
a su gula maldijo,
hizo mandas, promesas
y votos repetidos
(si de aquella escapaba):
no probar los membrillos,
quesos ni chorizones,
pescado ni tocino.
Tan asustado estaba,
tan triste y tan contrito,
que juró mantenerse
sólo con ratoncillos
y no acercar jamás
a otra cosa el hocico.
¿Lo dudas? No, lector,
tú y yo haremos lo mismo;
si el vaivén de la tierra,
del rayo el estallido,
la cárcel, la calumnia
o el fuerte tabardillo
nos afligen, ¡oh, cuántas
promesas repetimos!
¡cómo nos proponemos
(saliendo del peligro)
nuevas vidas! ¿Y acaso
así lo hemos cumplido?
Mas volvamos al gato:
salió el animalito,
y viendo con cuidado
si alguno lo había visto,
fuese muy cabizbajo
y se acostó quedito
debajo de una cama,
y allí muy compungido
esperaba sin duda
el último suplicio;
y más cuando notó
que el despensero mismo
lo vio entrar enmelado,
confirmó el gaticidio;
pero ¡oh, cosas del mundo!
¡oh, comprehensibles juicios!
él cerró su despensa
y solapó el delito,
pues de matar al gato,
descubría su descuido.
(No hay pocos despenseros
de gatunos delitos.)
En fin, el triste gato,
porque su suerte quiso,
escapó de este riesgo,
aunque no del castigo
(pues siempre el crimen tiene
su pago merecido).
Fue el caso: que con tanto
revoltijo como hizo
de carne y de pescado,
de jamón y membrillo,
le dio tal miserere
al infeliz gatito,
que a pesar de su miedo
comenzó a dar maullidos;
a sus tristes lamentos,
a sus ayes sentidos,
ocurren otros gatos
de la casa vecinos;
todos se compadecen
de nuestro pobre bicho:
quién le hace unos papachos;
quién le lame el ombligo;
quién le mete la cola
por darle un vomitivo;
quién, creyendo que es hambre,
le trae un pellejito;
mas viendo que no bastan
los gatunos auxilios,
le dicen se disponga,
que está en grande peligro.
Él dijo: —Desde luego
conozco que no vivo;
agradezco el consejo,
no desprecio el aviso:
voy a hacer testamento...
Quedáronse aturdidos
los tristes compañeros,
y él prosiguió tranquilo:
—Creo la metempsicosis
como pitagorino,
y que según un conde (a)
y por lo que en mí he visto,
habita en nuestros cuerpos
la alma del ladronicio,
ingratitud, lisonja,
con otros muchos vicios;
declaro: que no debo
más de lo que he comido,
ni a mí me deben otros
más que muchos perjuicios;
declaro: que casado
ni lo soy ni lo he sido,
por cierto impedimento
que me impuso el cuchillo;
por tanto, estoy seguro
de que me lloren hijos.
Yo no tengo más bienes
que mi cuerpo solito,
y a quien me diere gana
lo dejo, pues es mío.
Mis pelos a los vagos
y mal entretenidos
los dejo, a que los cuenten
en sus ratos perdidos,
por que estén ocupados
y no fomenten vicios;
ítem: dejo mi cuero
para que hagan bolsillo
a tantos avarientos
de que abunda este siglo;
ítem: dejo mi carne
para que por cabrito
la vendan a los bobos
los fonderos cochinos;
ítem: por cuanto dañan
cuando venden cariño
los lisonjeros, a éstos
mi lengua les dedico;
ítem: ojos y orejas
mando a tantos malditos
juzgones y chismosos
que hay de sus vecinos;
ítem: dejo mis uñas,
mis dientes y colmillos
a los procuradores,
a los licenciaditos,
albaceas y escribanos
que usan mal de su oficio;
ítem: dejo mis largos
bigotes a un lampiño;
mi cola... Aquí no pudo
seguir, que un parasismo
le anudó la garganta.
¡Ay, pobre animalito!
SEGUNDA PARTE
LA MUERTE Y FUNERAL DEL GATO (3)
¡Ay, gato desgraciado!
¡Ay, pobre compañero!
¡Qué dolor! ¿qué tendrá?
¡Qué pena! ¿qué le haremos?
Así exclamaban tristes
los gatos enfermeros
al ver que su doliente
se moría sin remedio;
porque es muy natural
sentir el mal ajeno
de los que en una especie
son individuos mesmos.
Así vemos que el toro
muestra su sentimiento
si ve la negra sangre
del muerto compañero.
¡Jesús, y cuán al vivo
expresa sus extremos!
Él llora, huele, brama,
y del polvo del suelo
con el hendido pie
parece... ¡noble intento!
que escarbando procura
sacar al toro muerto.
El caballo, si mira
tendido el esqueleto
de otro bruto en el campo,
muestra su sentimiento:
se azora, se retira,
y en su fuerte resuello
parece que nos dice:
«No paso, porque siento
ver el triste cadáver
de éste mi compañero...»
El cerdo, cuando escucha
el grito de otro puerco,
conoce que padece;
corre hacia él, y gruñendo
manifiesta querer
libertarlo del riesgo.
El perro... Mas, lector,
te canso con ejemplos
de generosidad;
todos los brutos creo
que nos dan ejemplares
de amor; el gallo excepto,
que a su hermano acomete
infiel, indigno, necio,
sin más causa ni culpa
que solamente verlo;
pero ¿qué es lo que digo?
¿el gallo solo? Miento,
porque el hombre no tiene
(misántropo grosero)
ejemplar adecuado
de su furor soberbio.
¿Quién ha visto los leones,
osos, tigres o perros,
lobos..., cualquiera especie
de brutos carniceros;
quién los ha visto, digo,
hacer bandos opuestos
y recíprocamente
devorarse a sí mesmos?
¿Quién los ha visto? Nadie,
ni jamás piense verlo,
pues la conservación
de su especie es en ellos,
mejor que en los humanos,
inviolable precepto.
Los hombres solamente
han hallado pretextos
en todas las edades
para cebar soberbios
su furor en la sangre
de sus hermanos mesmos. (b)
El hombre es el que escucha
con ánimo sereno
los ayes, los trabajos,
desgracias y lamentos
de sus iguales; mira
con ojos bien risueños
a la doncella pobre,
al desvalido enfermo,
a la viuda infeliz,
al insolvente preso,
al mendigo desnudo,
al vergonzante hambriento,
al baldado, al tullido,
al manco, al cojo, al ciego;
en fin, a tantos que hay
sin humano consuelo;
los mira, los escucha,
¿y vuela a socorrerlos?
¡Oh, qué pocos, qué pocos
han de ser si los cuento!
Conque de estas premisas
saca, lector, el ergo.
La digresión fue larga,
¿qué más? yo lo confieso.
Si te enfadó, perdona
y vamos al enfermo.
Apenas del letargo
volvió, siguió diciendo:
—En lo último quedé,
mi cola, bien me acuerdo;
pues mi cola, señores,
si he de dejar, la dejo...;
¿a quién la dejaré?
Porque los hombres pienso
que no la han de querer;
pues aunque tienen ellos
sus rabos que les pisen,
procuran esconderlos,
porque les da vergüenza
adorno tan molesto,
y cada rato escucho,
que dicen: yo no tengo
rabillo que me pisen.
Por más que desde lejos
a muchos se los vean,
aun los ciegos, corriendo;
conque es prueba que no
quieren ser rabiluengos.
Dejarla a las mujeres
quisiera...; pero menos:
si son más presumidas,
harán mayor desprecio
de mi manda; pues vaya,
quizá algunos sujetos
que salen descolados
en amores o empleos
la querrán; pero no;
agora que me acuerdo,
luego dicen: fulano
mal quedó con su empeño;
él salió con el rabo
entre las piernas. ¡Bueno!
hasta los descolados
tienen rabo; ¿qué es esto?
¡Cuántas contradicciones
en los hombres advierto!
Pues ello es que mi cola
no ha de ser bien mostrenco,
sino precisamente
ha de quedar con dueño.
Vaya, por no dejar;
de dárselo, resuelvo,
tuta concientia, estando
con mi juicio completo,
que hereden esta alhaja
algunos zapateros
que hacen con herraduras
botas, pues juzgo que ellos
conocerán mil sastres
de no vulgar ingenio
que le añadan mi cola
a un pantalón eterno,
y si acaso le ponen
de moda el epiteto
la venderán muy bien;
fuera de que es lo mesmo,
el tener pies de macho
que de gato el trasero.
No os burléis, camaradas;
no mezcléis risa y gestos.
Creed: los primeros días
serán los espavientos;
los segundos, el vaya;
bonito, los terceros;
y si como es la cola,
hubieran de ser cuernos,
ídem por ídem fuera
(como en todo) lo mesmo,
pues ven... ¡Pero ay de mí!
ya muero..., ya fallezco...;
a Dios..., a Dios, amigos...
Y diciendo y haciendo,
se estiró el pobre gato
y se les quedó muerto.
No he podido saber
(atención herederos)
quién quedó de albacea;
pero esto es lo de menos:
cada uno tomará
lo que le venga a pelo.
No quiero referir
los llantos, los extremos
de los gatitos vivos;
fácil es comprenderlos;
lo que sí he de decir,
la frasca que tuvieron
los ratones al punto
que oyeron era muerto:
hubo famoso baile
y espléndido refresco,
et caetera, lector,
que está el papel estrecho,
y la moralidad
es el fin de este cuento.
¡Infelices mil veces
los hombres, cuyos duelos,
funerales y exequias
son gracias al Eterno
que los vivos le dan,
pues los quitó de enmedio!
En el lugar donde falleció el triste gato, pusieron los ratones el siguiente
EPITAFIO
Aquí un cruel gato murió,
y sentimos solamente
el tiempo que mal vivió,
pues a la ratona gente
mil agravios infirió.
¡Oh, tú, pasajero! Advierte
y ten por cosa sabida
(procurando contenerte)
que al que hace mal en la vida,
no hay quien lo llore en la muerte.
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) Buffon en su historia natural describe exactamente las propiedades del gato; en efecto, en este animal se ve el retrato al vivo de los vicios que apuntamos en esta friolerilla; el provecho que trae limpiando la casa de ratones (si la limpia) lo desluce con los perjuicios que causa.
(b) Esto debe entenderse en lo moral y en lo privado, que en lo político sabemos que hay guerras justas, y tanto, que Dios muchas veces las ha protegido y mandado visiblemente.
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) Imprenta de doña María de Jáuregui. Año de 1811. Pliego suelto; 8 pp. en 8° Su continuación Muerte y funeral del gato (cf.infra nota c) salió en pliego separado. Frecuentemente reimpresos, aparecen formando una unidad, aunque a veces suele variar la disposición del título. En RE (pp. 18-34) conserva la distribución original. Incluido en la 3ª edición de Noches tristes y día alegre (México, 1831; pp. 117-130) bajo un solo título: Testamento, muerte y funeral del gato. En la siguiente edición del mismo libro (México, 1843; pp. 260-271), el nombre está reducido a Muerte y funeral del gato (NM, p. 84). Consultamos en la biblioteca de la Secretaría de Hacienda (ficha 3962) un folio, numerado de las pp. 311-321 y desgajado de un libro sin identificación, con un único dato manuscrito en hoja aparte: Pensador Mexicano // Folletos // Ed. Blanquel [¿t?] // 1865. Bajo el título Testamento, muerte y funeral del gato lleva un grabado. E. L. B., en la defensa que hace de Fernández de Lizardi, dice: «El testamento del gato tiene sobrada invención...» (D. de M., t. XV, núm. 2266, lunes 6 de diciembre de 1811, p. 678). Posteriormente, Lacunza (ibid.), t. XV, núm. 2271, 20 de diciembre de 1811), al enjuiciar la capacidad poética de Fernández de Lizardi, afirma en particular: «También es regla bien conocida de la poética no multiplicar sin necesidad en un mismo poema los consonantes o asonantes, y más cuando éstos son abundantes y aquél corto. Este defecto se nota en casi todas las poesías de vuestra merced, como en El testamento del gato, siendo tan fácil el asonante en io en que está dispuesto. Es también otra falta (aunque cometida por célebres autores, pero pocos) acabar el verso en agudo... lo que sólo es sufrible usado propiamente, y es muy hermoso en los versos de ocho y siete sílabas. Con todo, vuestra merced lo usa con frecuencia en todo género de metros» (pp. 699-700). Refiriéndose a la nota 1 del poema, continúa: «En el citado Testamento trae vuestra merced, con harta impertinencia, autoridad del célebre naturalista Buffon, en apoyo de que en las propiedades del gato hay muchas semejanzas con los vicios del hombre en sociedad, cosa que no necesita más garante que la experiencia. Fuera muy a propósito, y a la verdad necesarísimo, darnos textos que nos probasen que un gato, después de estar repleto de jamones, chorizos y queso, tenía aún disposición y estómago para asaltar una olla de conserva de membrillos, cuando el uso nos enseña que este delicado animal, ni aun acosado por la hambre come dulce, y mucho menos de ácido membrillo. Pero, tata, membrillo es asonante en io, y esto bastó a vuestra merced para tomarse la libertad de ir contra la naturaleza. ¡Ingenio ratero y arrastrado!» (p. 700). Lizardi responde a estas acusaciones, entre otras, en su escrito Quien llama al toro sufra la cornada: «Dice usted que es regla no multiplicar consonantes ni asonantes, etcétera; pues, quiso decir, las mismas palabras consonantes, porque hacer un poema (no de verso suelto) sin muchos consonantes y asonantes iguales sería la misma gracia que hacer una mesa con los cuatro pies disparejos; pero le hago el favor de explicarlo y le respondo: que lea las poesías de Quevedo, las de Cervantes, desahogos líricos de Celio, etcétera. Acerca de los agudos digo que, si es falta, se ve cometida por célebres autores: ¿si me entenderá usted? Las objeciones de que falta texto para probar que el gato, después de harto comiera conserva, y la otra, de que este animal no come dulce, son graciosas; para hacer ver que el gato era glotón era menester hacerlo comer manjar no común para él, y esto después de saciado su apetito (son palabras mías); de lo contrario, probaría hambre no gula, no gula que era lo que se intentaba... Sepa usted que los gatos y otros animales comen lo que les enseñan a comer...; en mi casa tengo dos gatos que comen dulce muy bien, venga usted a verlos; tráigales un par de cubiertitos, que no me dejarán mentir» (pp. 6-7).
(2) chulo. Esta palabra, que es del estilo familiar, no tiene aquí la fea acepción que en España: significa simplemente bonito, lindo, mono, agraciado; y usada como vocativo se prodiga al extremo, especialmente entre mujeres. El chula, que ofendería a una señora española, se toma aquí como expresión de cariño. Santamaría, Dic. mej.
(3) Imprenta de doña María de Jáuregui. Año de 1811. Pliego suelto; 8 pp. en 8º.