AVISO PATRIÓTICO A LOS INSURGENTES A LA SORDINA (1)
No hablo hoy a Allende, a Aldama ni a Abasolo, (2)
ni a otros mil infelices que murieron,
porque ya separados de los vivos
tan sólo exigen los sufragios nuestros.
Ni menos a la turba desgraciada
que errante vaga por incultos cerros,
porque su corazón endurecido
no es susceptible a avisos ni consejos.
A vosotros, callados insurgentes,
que aparentáis lealtad, al mismo tiempo
que a la sordina fomentáis el odio
contra los inocentes europeos.
A vosotros, hipócritas desleales,
que en nuestra sociedad formáis un cuerpo
y, enemigos domésticos, tramáis
guerra a la paz que a dicha mantenemos.
A vosotros, ocultos asesinos,
que alimentáis en vuestros viles pechos
de la conjuración abominable
el partido más cruel y más sangriento.
A vosotros, ingratos, que abusando
del talento, tal cual os lo dio el cielo,
entusiasmar queréis..., ¡oh, qué vergüenza!
al más que vos honrado pueblo.
A vosotros, en fin, hoy mis avisos
dirijo solo, en mal formado metro;
no despreciéis, amados compatriotas,
sanos avisos de un amigo vuestro.
Decidme, pobres hombres (que sin duda
podré deciros, sin agravio, necios),
para apoyar la insurrección presente,
¿qué le habéis visto? ¿Qué?... Calláis... Dirélo.
Dirélo, dije, no porque presuma
decir acerca de esto nada nuevo;
sí sólo por mostraros la injusticia
de este sistema abominable, horrendo.
Una envidia mortal, un mortal odio
hacia los desgraciados europeos
fue el agente fatal y el primer móvil
de la presente insurrección que vemos.
Juzgáronse agraviados ciertos hombres,
cuyo caudillo dice estaba ciego. (a)
¡Qué mucho, con tal guía, que a cada paso
cayesen sus sectarios en mil yerros!
Un abismo llama a otro: así, pensaron
ser testas coronadas en el reino,
con una usurpación la más odiosa
a la justicia, ley, razón, derecho:
éste era el fin adonde, temerarios,
prepararon sus miras y proyectos.
¡Qué principios tan malos y qué fines
tan inicuos, lo mismo que los medios!
Sabían que habían de hallar oposición
en los leales vasallos y europeos,
y salió por decreto necesario
la ruina y destrucción de todos ellos.
Levantaron el grito, tremolando
de Guadalupe el venerable lienzo,
ofreciendo esperanzas a los criollos
y muerte al español, guerra al gobierno.
¿Y cuál ha sido el triste resultado
de este motín tan bárbaro y sangriento?
¿En qué ha parado tanta perspectiva?
En perderse ellos y perder al reino.
Ya de la insurrección veis el origen,
y ya estamos mirando sus efectos.
¿Y es creíble que haya quien la patrocine
y quien sugiera más levantamientos?
Si fuera en el principio, acaso, acaso
merecieran disculpa estos excesos,
cuando estaban señores de ciudades,
cuando tenían lucidos regimientos;
tal vez el relumbrón de esta apariencia
bien pudo alucinar a varios necios;
pero ahora el que creyere en insurgentes
será, no sólo necio, majadero;
¿dónde están ya sus tropas aguerridas?
¿sus bravos generales qué se hicieron?
Disipáronse aquéllas como el humo,
y la excelencia pereció con éstos.
Y ahora han quedado, ¿qué? ciertas gavillas
de tontos, infelices macutenos,
que huyen cobardemente luego que oyen
que les suena un soldado un cuero viejo.
Pervierten el buen orden, matan, roban;
pero al fin no consiguen sus intentos,
y aquel refrán que dice: ni hacen nada,
mas la mala obra sí, les viene a pelo.
El nombre de insurgentes no les toca
en mi juicio a estos pobres de derecho;
el de ladrones sí, pues sólo aspiran
a robar los villorros (3) indefensos.
¿Y es posible, señores insurgentes,
a la sordina, que no advertís esto?
¿Aún queréis proteger la causa inicua
de estos facinerosos y sangrientos,
iguales a otros, de quienes decía
en prosa Cicerón lo que yo en verso? (b)
«Ya no son los delitos de estos hombres
dignos de tolerancia y sufrimiento;
ya pasan de lo humano sus maldades,
y límites no tienen sus excesos;
no piensan ni maquinan otra cosa
que el homicidio, el robo y el incendio».
¿Qué tal; encaja bien el textecillo?
Pues ahí viene otro como anillo en dedo.
Insurgentes sordinos (que a vosotros
se dispara este fárrago), ¿qué es esto?
¿El defender la insurrección presente
no es decir que robar es justo y bueno?
Ea, pues; abrid los ojos, miserables,
y desechad tan viles pensamientos;
concurrid a la unión, en que consiste
la futura reforma de este reino.
Bien veo que habrá quien diga: no establece
el interés del robo por objeto;
sí el llevar adelante la venganza
contra los españoles europeos.
A éste yo le diría que sobre infame
es cruel, injusto, temerario y necio,
porque lo que hace Juan, ¿por qué motivo
lo han de pagar Antonio, Pablo y Pedro?
Convengo en que no faltan españoles
de unos principios bajos y groseros,
que hablan mal en común de todo criollo,
sin distinguir los malos de los buenos,
y que, esto es preciso, se resientan
de este modo de hablar, porque con ellos
no deben confundirse los malvados;
así lo dice el príncipe del reino. (c)
Esta misma razón, sin duda alguna,
es la que favorece al europeo,
porque no demerita a las naciones
el que haya en ellas malos y perversos.
¿No hay criollos insurgentes, criollos leales?
¿Criollos muy sabios, criollos majaderos?
¿Unos muy finos, otros sin cultura?
¿Unos muy nobles, otros muy plebeyos?
Lo mismo se ha de creer que hay españoles
que así varían en caras como en genios;
de esta suerte es el mundo, y para el caso
lo mismo tiene España que Marruecos.
Ahora, yo me supongo que agraviados
estén muchos tal vez por europeos;
quéjense, que hay justicia para todos,
mas no quieran vengarse por sí mesmos.
A ninguno esta acción es concedida,
por distinción que tenga y privilegios;
para eso son los sabios magistrados,
para eso son los códigos del reino.
Pudieran reflejar los sediciosos
que Dios no favorece sus intentos;
apenas los proyectan, cuando sale
el aviso. ¿Por quién? Por ellos mesmos.
Si así no sucediera, sacerdotes,
inocentes, mujeres, niños, viejos,
decid: ¿no hubieran sido vuestras vidas
sacrificadas al puñal sangriento?
En un tumulto nadie se asegura,
todos son gritos, muertes y lamentos;
se temen y se matan unos a otros,
y no se sabe con quién es el pleito.
Esto iba a suceder el día tres de agosto, (4)
si Dios no se lastima de su pueblo.
Este otro beneficio a la sordina
le iba alguno a buscar al reino.
Pues, ea, temed, señores insurgentes;
que lo que Cicerón dijo en un tiempo,
dice nuestro virrey en su proclama,
y con igual motivo leed el texto. (d)
«¿Qué aguardan éstos? (dice a los rebeldes)
Se han engañado mucho si creyeron
que mi antigua piedad será futura...
Indignos de indulto ya se han hecho;
para la suavidad ya no ha lugar,
porque el mismo delito está pidiendo
todo el rigor severo de las leyes».
Cuidado, pues, sordinos; quietos, quietos;
dejaos de sediciones y alborotos;
vivid en paz; tomad, no mi consejo,
sino del mismo Dios, que es quien os dice
por el Eclesiastés: que no seáis necios,
no sea que así se acorte vuestra vida
y vengáis a morir fuera de tiempo.
Él libre a todos de tan triste suerte,
y nos mantenga en paz, unión, sosiego.
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) El mismo cura Hidalgo en su manifiesto.
(b) Non enim jam sunt mediocres hominum libidines pon humanae audaciae, ad tolerandae: nil cogitant misi caedes nisi incendia, nisi rapinas. (Cicerón, Oratoria, I, in L. Catilinam).
(c) Su excelencia en la proclama de 6 de agosto. [Proclama del virrey Venegas en la Gaceta del 6 de agosto de 1811, donde dio a conocer lo ocurrido el día 3 anterior. (Zamacois, op. cit., p. 549.)]
(d) Hi quid expectant? Ne illi vehementer errant si istam meam pristinam lenitatem perpetuam sperant futuram... Non est jam lenitati locus: Severitatem res ipsa flagitat. (Cicerón, ubi supra).
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) S. 1. ni f. de i. Pliego suelto, 8 pp. en 16º. Corresponde a 1811, según el dato aportado en Carrera militar y literaria del Pensador Mexicano (México, 1º de marzo de 1826), cuyo autor se firma El apreciador de los buenos servicios: «Don Joaquín Fernández de Lizardi. antes del año de 12 nos regaló con sus producciones en verso: La pelona y la furiosa, Los insurgentes a la sordina y otros...» (Carta segunda, p. 3). Señala Radin (Sutro, p. 9) que puesto que ambos poemas fueron escritos por la misma fecha, y como La pelona y la furiosa aparece criticada por José María Lacunza en el D. de M. del 21 de diciembre de 1811, ninguno de ellos puede haber sido escrito antes de noviembre.
(2) Ignacio Allende (1779-1811), Ignacio Aldama (?-1811), José Mariano Abasolo (?-1816), caudillos en la guerra de Independencia.
(3) villoros. Barbarismo por villorrios.
(4) Esto iba a suceder el día tres de agosto. Conspiración del licenciado Antonio Ferrer, Ignacio Cataño, Antonio Rodríguez Dongo y otros, encaminada a «apoderarse del virrey el 3 de agosto [de 1811] entre cuatro y cinco de la tarde, en el paseo de la Viga, adonde salía diariamente», libertar a los presos de la Acordada y demás cárceles, y levantar a los barrios «con el estímulo del saqueo que había de verificarse en toda la ciudad». (Zamacois, Historia de México, Barcelona, 1876-1882, t. VII, p. 546.) Denunciada la conspiración y aprehendidos los más de los conjurados, se efectuó el proceso. El 29 de ese mes fueron ejecutados en la plazuela de Mixcalco los seis principales cabecillas; los demás procesados fueron condenados «a presidio y otras penas menores».