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LOS DOS COCHES (1)

—No sólo los gatos,
los monos, los perros,
los osos, los lobos
y tantos diversos
brutos animales
tienen privilegio
de ser habladores;
pues si hablaron ellos
en tiempo de Esopo,
Fedro, Samaniego,
Iriarte y dos mil
(¿a que no los cuento?),
¿por qué no han de hablar,
vivo yo, en mi tiempo
los coches? —¡Jesús!
¡Jesús! ¿quién dice eso?
¿los coches hablar?
Vamos, no lo creo;
si fueran los amos,
pajes o cocheros,
y aun quizá las mulas,
ya pudiera creerlo,
pues mulas o maulas
viene a ser lo mesmo;
pero las sopandas,
el palo y el hierro
de cupés y coches,
vaya, no lo entiendo.
—Pues escucha, Fabio;
verás cómo fue eso.
Estaban un día
dos coches muy viejos
en una plazuela,
mientras los cocheros
a un cajete y a otro
requebraban tiernos;
yo entonces llegué
junto a un coche de éstos,
y oí que le decía
a su compañero:
«—¿Ha visto usted, amigo,
qué fama tenemos
por esos malditos
cocheros perversos?
Tunos y coquetas
nos encajan dentro;
se embriagan, meriendan,
vomitan, ¡qué puercos!
Pero no es lo peor;
otras cosas vemos
que decirlas nunca
en público debo;
de modo que somos
(y sin querer serlo)
de muchas infamias
los viles terceros».
«—Así es —dijo el otro—;
los fletes trapientos
nos llenan de piojos;
y luego, a más de esto,
van las maldiciones,
van los vituperios,
van los testimonios
de infinitos necios.
Dicen que hay mil amos
que por mantenernos
no pagan sus deudas
aunque estén muriendo,
ni hacen caridades
sino mil enredos.
Dicen que hay mujeres,
que cuando van dentro
de nuestros cajones
se hinchan en extremo,
y apenas les hacen
a los caballeros
con el abanico
su tal cual meneo.
Por ir en nosotros
al baile o paseo,
dicen, hay mujeres
que querrán a un viejo.
Dicen somos muebles
mucho muy molestos,
que en todas las fiestas
nos entrometemos;
si a cuatro servimos,
molemos a ciento,
y ni a sacerdotes
tenemos respeto,
pues atropellamos
a diestro y siniestro.
Dicen que venganza
no la conocemos,
pues nos ponen trancas
porque no pasemos
en algunas fiestas,
como es en los muertos,
y nos echan bandos,
y que con todo eso...
Pero ahí vienen ya
los ebrios cocheros.
A Dios, cupecillo».
«—A Dios coche viejo».

autógrafo de José Joaquín Fernández de Lizardi

José Joaquín Fernández de Lizardi


Notas del editor UNAM-IIF:

(1) Ver la nota 1 de Aquí no faltan pastores que bailaron en Belén.


UNAM Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones Filológicas
El Pensador Mexicano - Poesía de José Joaquín Fernández de Lizardi


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