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LAS QUEJAS DE LOS AHORCADOS (1)

Aprobación del señor Bachiller don José Manuel Sartorio

Me parecen justas, cristianas
y muy en su lugar estas quejas.

Sartorio.


Te lapis et montes innataque rupibus altis
Robara, te sevae, progenuere, ferae.

Ovidio, Ep. 7, Heroidas.

Del infelice reo
que llevan al suplicio
oye las tristes quejas,
aunque sofoca de su voz el grito:
Aquí en este cerón
do somos conducidos
a pagar con la vida
las culpas en que habemos delinquido;
aquí donde del hombre
de más valor y brío
el espíritu falta
temeroso, cobarde, descaecido;
aquí do los recuerdos
de los dulces cariños
de la esposa adorada
son penas y tormentos inauditos;
aquí do el triste llanto
de los hijos queridos
el corazón oprime,
¡oh Dios! y en qué confuso laberinto;
aquí donde no valen
padres, deudos ni amigos,
y do el hombre quisiera
no haber entre los hombres existido;
aquí, en fin, donde todas
las pasiones sentimos
exaltadas de un modo
el más confuso, horrible y peregrino,
aún nos queda lugar,
Nerones y Dionisios,
para poder clamar
con vuestra indolencia con Ovidio.
Las peñas y los montes,
los robles, los encinos
y las sangrientas fieras
dice que os engendraron; ¡qué mal dijo!
Los montes no producen,
ni los robles ni riscos,
otra cosa, jamás,
que frutos sin razón e insensitivos,
ni de la brava leona,
ni del tigre sanguino
se notan las crueldades
con que degrada el hombre al hombre mismo.
Antes ellos os dan,
por natural instinto,
el ejemplo ¡y qué bien!
de sentir de su especie el exterminio.
El toro apenas huele
la sangre del novillo
ya muerto, y al instante
explica su dolor en sus bramidos.
Parece que, dudoso
de su fatal destino,
escarbando procura
en el centro del globo hallarlo vivo.
El cerdo apenas oye
de otro cerdo el quejido,
acude donde está,
por si impartirle puede algún auxilio.
La avecilla inocente
se arroja al precipicio,
y con sus trinos llora
la suerte del incauto pajarillo.
Todos los animales
se muestran compungidos
cuando ven que perece,
siendo su semejante,
otro individuo.
Sólo vosotros, hombres,
de tal honor indignos,
mostráis en caso tal
no sé qué complacencia y regocijo.
Justamente las leyes
tienen establecido,
pues fue público el crimen,
lo sea también la pena y el castigo,
porque con este freno
se sujeten los vicios
y los mortales todos
frenen sus pasiones aterridos.
Pero vosotros, crueles
mexicanos impíos, (a)
¿venís por este fin
o por pasar el rato divertidos?
Quizá no lo sabéis,
por eso os lo decimos:
vosotros concurrís
a aumentar nuestras penas y martirios.
¿No prevenís, ociosos,
hombres empedernidos,
la sensación que hará
en nuestro corazón vuestro bullicio?
¿No veis qué alternativa
tan amarga al oído
hará unv Jesús te ayude
entre la vocería y los cachinos? (2)
Nuestro espíritu abate
el espantoso ruido
de la ronca trompeta
y el pregonero vil de los delitos.
El sonar las cadenas,
el crujir de los grillos,
la campana que pide
que nos hagan sufragios yendo vivos.
La ternura y fervor
del celoso ministro
con que nos va exhortando
para exhalar el último suspiro...
Todo esto y otras cosas,
que por vistas omito,
en lo exterior oprimen
nuestro débil aliento decaído.
Pues decid: ¿qué será,
entre tantos conflictos,
oír una risotada,
una palabra obscena o un silbido?
¿Qué será el escuchar
los muchachos malditos
pregonando los diarios
do constan nuestros crímenes sucintos?
¿Qué será oír lo que venden
con gritos y alaridos
bizcochos, dulces, fruta,
pulque, horchata, cerveza, tamarindo?

Por un lado: Jesús,
Jesús,padre divino,
en tus manos, Señor,
mi espíritu encomiendo, dueño mío.

Y por otro: Señores,
a cuatro pastelitos.
Al buen pulque curado.
Al pastelero, niñas, jamoncillos...
(b)
¡Qué ha de ser, insensibles!
otra vez lo repito,
sino doblar tormentos
a nuestros corazones afligidos.
Porque bien penetramos,
claramente advertimos
que somos un objeto
de vuestra complacencia, el más festivo.
¿Y es posible, malvados,
bárbaros enemigos,
que la muerte de un hombre
sea vuestra diversión? ¡cruel desatino!
¿Posible es que los coches
se alquilen con ahínco
para ir a ver morir
en manos del verdugo un pobrecito?
¿Posible es que se lleven
almuerzos prevenidos
a un lugar que debiera
inspirar escarmiento y dar hastío?
Y vosotras mujeres,
pobres y ricas, digo,
¿no sois las que fingís
tener en sumo grado lo benigno?
¿No sois las que llenáis
la casa de chillidos,
si muere o se lastima
el pájaro o bien el perro consentido?
¿No sois las que os cubrís,
¡oh, sexo compasivo!
el rostro, por no ver
la gallina matar o el pichoncillo?
¿No sois las que decís
que os causa parasismos
ver dar una sangría,
sacar la muela o dar un vomitivo?
¿Pues cómo vuestros ojos
vienen a ver tranquilos
el funesto aparato
de cadalsos, de sogas y tornillos?
¿Cómo escuchan serenos
vuestros tiernos oídos
del miserable reo
el eco triste, ya desfallecido?
¿Cómo lo veis subir
al palo del suplicio,
y rendir el aliento
entre tantas fatigas como he dicho?
¡Mal haya la ternura
de que jactáís sin juicio!
si vuestros corazones
de hidras deben de ser,¡monstruos indignos!
A la naturaleza
fuerza vuestro capricho.
Ella a vuestros semblantes
quita en aquel momento el colorido.
Parece no quisiera
estar en aquel sitio.
Se asusta, lo repugna...;
pero ¡ah! que no dirige el albedrío.
Del objeto más triste
hacéis grato ludibrio,
y venís ¡con qué gozo!
¡con cuánto lujo, adorno y atavíos!
Pero, crueles, venid,
venid a ser testigos
de lo que suceder
puede (Dios no lo quiera) a vuestros hijos.
Venid, fieras arpías,
sangrientos cocodrilos;
venid a complaceros
con lo que hasta a los brutos da fastidio.
Y vosotros, mortales
que rogáis por nosotros
en vuestra oración a Dios trino;
vosotros que no hacéis
del patíbulo circo,
el Señor os bendiga
y os colme de sus altos beneficios.

autógrafo de José Joaquín Fernández de Lizardi

José Joaquín Fernández de Lizardi


Notas del autor:

(a) Con éstos se habla.

(b) Escandalizan estos ultrajes de la humanidad. ¡Vergüenza es que, en un pueblo tan civilizado como México, no se distinga por la concurrencia y alboroto una fiesta de Santiago, del funesto espectáculo de una ejecución de justicia!


Notas del editor UNAM-IIF:

(1) Pliego suelto; 8 pp. en 8° S. 1. ni f. de i. 1811 ó 1812, según González Obregón (NM, p. 107). Reimpreso en la oficina de don Alejandro Valdés, calle de Santo Domingo, año de 1819. Pliego suelto, 8 pp. en 8° (NM, p. 113).

(2) Cf. nota 4 a Los currutacos herrados y caballos habladores.


UNAM Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones Filológicas
El Pensador Mexicano - Poesía de José Joaquín Fernández de Lizardi


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