EL MENTADO CHICHARRÓN (1)
Calle la fama su clarín sonoro,
ora sea de latón, de plata u oro,
puesto que en casos tales
no vale lo especial de los metales.
Suspenda las canciones
con que trasmite a las generaciones
los hechos prodigiosos
de varones y aun brutos muy famosos,
tales como el Bucéfalo, el Babieca,
la paloma del héroe que está en Meca, (a)
el Scipión (2) y Berganza de Cervantes,
y cuantos animales ora y antes
del caballo romano purpurado, (3)
sin saber lo que se ha hecho,
ha celebrado.
Calle otra vez la fama
sin ponderar los toros de Jarama
por su empaque feroz y extraordinario,
ni nos digan los toros del Rosario, (b)
ni aun los de la Goleta,
pues todos ellos son niños de teta
(todo toro perdone)...
juntos a mi valiente Chicharrone, (c)
a quien voy a cantar con loor profundo
por ser el más feroz de todo el mundo.
¿Pero qué he de cantar, ¡válgame Cristo!
de este toro tan toro, nunca visto?
¿Cantaré de su cuerpo la grandeza?
¿su valor, su arrogancia y fortaleza?
¿su mirar enojado?
¿su andar al trote, su parar pausado?
¿su encrespada melena?
¿su boca de coraje y babas llena?
¿su furia al embestir, su ademán brioso,
al punto que se vio libre del coso?
¿Cómo he de cantar esto, si no ignoro
que suele hacer lo mismo cualquier toro?
¿Pues cantaré sus astas, celebradas
por duras, por agudas, por plateadas?
No, porque lo primero
es propio a todo toro, si es cerrero,
y porque lo dorado
(con tal que esté amarrado,
como este pobre estaba dentro el coso,
por más que sea brioso)
es fácil diligencia
y yo lo juro hacer en mi conciencia.
¿Pues cantaré la muerte
que el triste padeció, cuando se advierte
que otros la sufren peores a estocadas,
y a cinco, seis o siete y muy bien dadas?
No, porque yo no quiero
cantar a nadie en daño de tercero.
¿Cantaré, finalmente,
el que violentamente
entraron las mulitas
con tápalos, penachos y borlitas,
y a los chasquidos del chirrión trotando,
a Chicharrón sacaron arrastrando?
No, porque es su ejercicio,
ésta su obligación, éste su oficio,
y así habrán de sacar los chicharrones,
cual si fueran carneros cuatezones.
Pues aquí de mi pena y mi quebranto:
si nada de esto he de cantar, ¿qué tanto?
Confieso pesaroso
que yo no vide al toro valeroso,
al Chicharrón mentado,
al valiente entre tantos, y afamado,
porque querían un peso a lo más poco
por un asiento, pues, y no estoy loco
para que yo lo diera
solamente por ver una friolera;
una friolera digo,
después de confesar no fui testigo
de lo que hizo este toro belicoso;
pero un amigo mío, que es muy curioso
y empeñó su capote
para ir a ver a Chicharrón al trote,
me dijo que había ido;
que la tropa quedó de lo lucido
con sus evoluciones;
que aunque no las entienden los mirones
(hablo de los paisanos),
la aprobación la tienen en las manos. (d)
Contóme que tres toros se lidiaron
antes que Chicharrón, mas no gustaron,
porque estaban deseando
saliera Chicharrón; unos pensando
entre congojas raras
que era, lo menos, de catorce varas;
otros creyendo que era tan ligero
que saltaría el tendido todo entero;
quién dice neciamente
que ni la misma fuente,
con ser de cantería,
segura de sus fuerzas estaría,
y que si Chicharrón la embiste airado,
la desmenuzará como salvado;
quién dice que este toro es tan valiente
que caballo ni gente
puede librar con vida
en su armazón plateada y homicida;
uno decía: por más que lo maltraten,
este toro no muere aunque lo maten;
otro, a éste no lo pican
ni menos con el lazo mortifican,
pues nadie le ha tocado
entre cuantos vaqueros lo han tratado.
Así, pues, discurrían
todos los que asistían
en la grada conmigo.
Hasta aquí son palabras de mi amigo.
—¿Y usted qué hacía? —le dije algo enfadado.
—Yo —me dijo él—, estaba alebrestado,
esto es, lleno de miedo y aun temblando,
y a Chicharrón por horas esperando,
temiendo no en sus puntas o sus picos
me fuera a hacer añicos
este toro maleta;
cuando en esto que toca la trompeta
que echen al toro fuera,
y salió Chicharrón como un cualquiera;
y cuando yo esperaba
todo cuanto la gente aseguraba
de este torazo con extraños modos,
vi que hizo Chicharrón lo que hacen todos,
y aunque a veces corría,
era prudencia en él, no cobardía;
pero cuando vide eso,
del toro renegué; sentí mi peso,
y juré que jamás yo neciamente
me fiaré de una gente (4)
que todo cree prodigios y verdades,
y paga a cualquier precio novedades.
Fuese mi amigo, y dije con espanto:
—¡Qué bobos hay aquí!—, y acabó el canto.
EPITAFIO
A CHICHARRÓN
Aquí yace el más valiente
toro que México vio;
y aunque tan bravo, corrió
de miedo de tanta gente.
¡Oh, pasajero! detente,
mira, advierte, considera
que es el vulgo de manera
que, a pesar de su pobreza,
gasta con suma franqueza,
para ver... una friolera.
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) El impío Mahoma tiene su sepulcro en Meca.
(b) Hacienda cuyos toros se han celebrado como los de la Goleta.
(c) Así llaman a este toro, de quien el vulgo contaba prodigios; pero pagó bien su simpleza, gastando por desengañarse lo que quisieron los tablajeros.
(d) Alude al palmoteo con que se celebra todo lo que agrada en semejantes lugares.
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) Pliego suelto; 4 pp. en 4° Imprenta de doña María Fernández de Jáuregui. S. 1. ni f. de i. La fecha de aparición puede precisarse perfectamente, gracias al «Anuncio» incluido al final del poema: «El martes de la semana que entra comenzará a ver la luz pública un nuevo periódico titulado Alacena de Frioleras. Su precio, medio o un real». El primer número salió el 2 de mayo de 1815. El poema es mencionado en el índice de la Alacena en la parte correspondiente a los Caxoncitos (suplementos). En RE (pp. 182-188) fue agregada la siguiente nota, que precede a la composición: «Con motivo de haberse divulgado que en una de las pasadas corridas se iba a jugar un toro muy grande y extraordinariamente bravo llamado Chicharrón, el pueblo alto y bajo creyó de buena fe que el tal toro era de lo nunca visto; se alborotaron las gentes; corrieron a la plaza el señalado día; pagaron sus asientos según quisieron los tablajeros; se llenó el circo; no cupo la gente; muchas gentes se volvían a sus casas, llorando amargamente de pesar de no haber hallado asiento; y cuando los que lo hallaron esperaban que el señor Chicharrón fuera el asombro de los toros por su tamaño y fiereza, fue saliendo el mentado animal, tan toro como todos y tan cobarde como él sólo. Se deja entender cuál sería el chasco de los espectadores. A esto escribí el papel que sigue, que entonces se celebró mucho, y no menos se apreciará por cuantos sepan el objeto con que se hizo».
(2) Scipión. Por Cipión; este nombre vale por «Báculo» y era apropiado para el perro del hospital mencionado por Cervantes.
(3) del caballo romano purpurado. El caballo Incitatus, al que Calígula nombró cónsul.
(4) gente: nombre colectivo que significa pluralidad de personas, y que no tiene plural sino cuando se trata de pueblos, clases o reuniones de gente. No debe usarse como sinónimo de persona, lo cual hacemos de continuo, diciendo: ahí van dos gentes, vino una gente a buscarte. El Dic. de Autoridades dice que significa alguna vez persona en singular, «¿qué gente?» Mas en esto va errado, porque la misma pregunta se hace a una persona que a un grupo, y tiene por objeto averiguar a qué clase pertenece la una o el otro. Santamaría, Dic. mej.