EL ANUNCIO DE LA PAZ (1)
Nulla salus bello,
pacem te poscimus omnes Virgili
DEDICATORIA
Al excelentísimo señor don Juan Ruiz de Apodaca y Elisa, López de Letona y Lasqueti, Gran Cruz de las reales órdenes de San Fernando y San Hermenegildo, comendador de Ballaga y Algarga en la de Calatrava, y de la condecoración de la Lis del Bendé, ministro del Supremo Tribunal del Almirantazgo, teniente general de la Real Armada, virrey, gobernador y capitán general de Nueva España, etc., etc.
Excelentísimo señor.
La rapidez con que la victoria sigue las acertadas disposiciones de vuestra excelencia nos anuncia muy de cerca el establecimiento de la paz que tanto apetecemos.
Al Dios de los ejércitos se dé el honor y gloria porque bendice sus providencias superiores, y a vuestra excelencia las gracias por el acierto con que las dicta.
Así lo hacemos los fieles vasallos del más amable de los monarcas de la Europa; y yo espero que vuestra excelencia admitirá estos desaliñados versos que le dedico como justo, aunque no digno, tributo, debido al amor con que mira a los hijos del rey en esta América.
Excelentísimo señor.
Besa la mano de vuestra excelencia su más afecto súbdito,
El Pensador Mexicano. (2)
CANTO ÉPICO
alusivo a la rapidez con que vemos desvanecerse la insurrección en la América bajo el suave gobierno del excelentísimo señor don Juan Ruiz de Apodaca, virrey de esta Nueva España.
OCTAVAS
I
Canto la Paz, la Paz apetecida
por tanto tiempo en este Continente.
Canto de esta deidad la bienvenida
en los brazos del jefe más prudente,
cuya bondad de todos conocida
hará feliz la América presente.
¡Oh, verdad sacra! tú mi musa inspira
y entona ya mi destemplada lira.
II
Trescientos años ha que no pisaban
Marte y Belona de Anáhuac la tierra.
Sus moradores todos disfrutaban
los inmensos tesoros que en sí encierra,
y tranquilos, en fin, se solazaban
sin conocer ni el ruido de la guerra,
cuando he aquí que en el Báratro profundo
las Furias tratan de turbar el mundo.
III
Salen, llegan a Francia, y disponiendo
la rebelión más cruel y delincuente,
encienden de la guerra el fuego horrendo,
que en breve tiempo de una en otra gente,
de nación en nación se va extendiendo
y estragos mil causando impunemente.
Casi toda la Europa llora y gime;
sólo a mi patria tanto mal no oprime.
IV
La negra Envidia, viendo la Paz santa
que disfruta la América dichosa,
que por nada se turba ni se espanta,
fiada en el suave seno do reposa,
mordiéndose las manos se levanta
y a la Discordia invoca presurosa,
a cuya ronca voz al punto mismo
tronaron las cavernas del abismo.
V
¿Qué novedad, la dice, qué indolencia,
qué ociosidad, Discordia, te ha ocupado
para poder sufrir que a tu presencia
la América esté en paz, cuando he notado
que arde en guerras el mundo por tu influencia
y que todo lo tienen trastornado,
por sólo obedecer tu orden severa
con Alecto, Tisíphone y Megera?
VI
¿Qué privilegio, di, qué causas nuevas
la América defienden de tus iras?
¿Por qué raro motivo tú no pruebas
turbar su paz? La guerra ¿no la inspiras?
¿Hay reino alguno adonde no te atrevas
y donde no consigas de tus miras
siempre el objeto? No. Pues sal, hermana;
perezca la nación americana.
VII
Perezca, sí, la respondió furiosa
la vil Discordia. Soy una insensata;
pero no quiero ser más perezosa.
A pesar de sus mares y su plata,
ardan las Indias con mi tea ominosa,
y pues mi influjo tanto se dilata,
huya de ellas la Paz: lluevan los males
que saco de estas cuevas infernales.
VIII
Dijo, y lanzando un espantoso grito
se disparó contra este Continente
día quince de septiembre... Mas yo omito
el repetir circunstanciadamente
el principio del mal. Harto es maldito.
Ni quiero avergonzar al insurgente. (a)
Baste decir que casi por ocho años
toda ha sido desgracias, muertes, daños.
IX
La Discordia infernal por donde quiera
los ánimos agita y enfurece.
Crece la rebelión sobremanera;
el odio y la venganza siempre crece.
Ya no hay orden social: todo se altera.
Perece el leal cuando el traidor perece,
y en serie de sucesos tan prolijos
la fe se pierde entre los padres e hijos.
X
En breve tiempo el reino afortunado
en teatro de la guerra se convierte.
Todo comercio está paralizado.
La cultura del campo no se advierte.
De las artes y ciencias el estado
es el más deplorable y más inerte,
y a consecuencia o por naturaleza
se aumenta la miseria y la pobreza.
XI
Aún no para aquí el mal; crece la guerra,
y al estallido del cañón horrible
corre como agua sangre por la tierra,
que en otro tiempo fuera apetecible
catre de Ceres. ¡Ay! qué daño encierra
una guerra intestina, y ¡oh, qué horrible
es ver destruirse entre las crueles manos
con rabia fiera hermanos con hermanos!
XII
Sin perder tiempo, la Discordia baña
con su fuego infernal el reino triste.
Por todas partes siembra la cizaña.
Acomete al Estado y aun embiste
la firme religión en Nueva España,
y aunque a decirlo el labio se resiste,
se ven, por fin, los templos consagrados
por sacrílegas manos profanados.
XIII
¿Y la Paz? ¡Oh! la Paz ya no la vemos:
de nuestros horizontes se ha alejado.
Mezclado el pan con lágrimas comemos,
y el licor abundante está salado.
¿Qué tenemos que hacer? Ya los extremos
de nuestra destrucción hemos tocado,
pues por cualquiera parte, si se advierte,
nos hallamos rodeados de la muerte.
XIV
Era tal el estado deplorable
de la América triste, que siguiera,
si desde el alto Olimpo el Inmutable
de su infelicidad no se doliera.
Echóla una mirada favorable
que ella por tanto tiempo apeteciera.
Abrió la luz el paso al desengaño
y fue calmando el mal, ya sin tamaño.
XV
A pesar del poder y de la saña
de Napoleón, la mano omnipotente
hace que se concluya la campaña
en aquel vasto Antiguo Continente:
Que el amado Fernando vuelva a España
y que su trono ocupe dignamente,
y cuando dicha tanta se asegura,
pronostica también nuestra ventura.
XVI
El augusto monarca, noticioso
del mal que a sus Américas aflige,
extinguirlo procura y presuroso
ver cómo tanto daño se corrige.
Para esto, con el tino más juicioso
al señor Apodaca jefe elige.
Bendice Dios tan sabia providencia,
y el rey envía el despacho a su excelencia.
XVII
De los sacros Elíseos a la Habana
la diva Paz desciende apetecida.
Al lado del virrey se pone ufana,
creyendo que ha de ser bien recibida
de toda la nación americana,
y nos envía su Fama, prevenida
de decirnos las prendas relevantes
que del virrey hemos de ver cuanto antes.
XVIII
Vuela la Fama al punto a estas regiones
y la noticia da de su excelencia.
Anticípanse ya los corazones
a prestarle gustosos la obediencia,
creyendo cesarán las turbaciones
de un jefe tan benigno a la presencia.
El suceso acredita no se engaña
en concebirlo así la Nueva España.
XIX
Entró, por fin, el aplazado día
en México el virrey, en cuya frente
la Paz viene conmigo, se leía.
Comenzó a gobernar tan dulcemente,
que a la manera que la nieve fría
se derrite al calor de fuego ardiente,
así la insurrección se ha disipado
a presencia de un héroe tan deseado.
XX
No cuenta de gobierno cuatro meses,
cuando los insurgentes, convencidos
de que sus intentonas son sandeces,
armas y fuertes dejan, y rendidos,
detestando su crimen muchas veces,
imploran el indulto arrepentidos.
Concédelo el virrey, y de extraviados
hace fieles, valientes y soldados.
XXI
La Victoria y la Paz plantan la oliva
otra vez en el suelo mexicano.
Vase ya la Discordia fugitiva,
cediendo el campo con furor insano.
Triunfa la Paz, que eternamente viva
a la sombra de un jefe que no en vano
puede decir con César satisfecho:
Yo vine, vi, vencí. Ya todo está hecho.
XXII
En poco tiempo, sí, sin duda alguna
se indultarán los restos insurgentes
que vagan ya sin orden ni fortuna,
si perecer no quieren imprudentes
Comercio, artes y ciencias florecientes,
ya la Paz, para entonces nos endona
malogrando ocasión tan oportuna,
con los opimos frutos de Pomona.
XXIII
Si el templo de la Paz Dios no edifica,
en vano ha trabajado el arquitecto.
Bien sabe esto el virrey, y lo publica
la devoción, el cielo y el afecto
con que de sus victorias le dedica
en el templo las gracias, y en efecto
debe esperar que el reino sea felice,
pues Dios sus providencias ya bendice.
XXIV
En fin, Dios de Sabahot, ya que nos diste
tan a tiempo un virrey a tu medida,
protégelo, Señor. El reino triste
logre por él la Paz apetecida,
y pues nada a tu gusto se resiste,
haz que no sea esta Paz interrumpida,
sino siempre en la América triunfando
viva la religión, viva Fernando. (3)
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) Es tan sabido el principio de la fatal insurrección en América como odiosísimo el repetirlo. Por otra parte me parece imprudente e impolítico zaherir a los insurgentes recordándoles sus extravíos. Los indultados ya no son malos, y los rebeldes aún hay esperanza de que sean buenos.
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) México: en la imprenta de Valdés. Año de 1817. 12 pp. en 8°, correspondiendo las cuatro primeras a la portada, epígrafe, permisos y dedicatorias. Es el único poema suelto publicado por el Pensador en este año.
(2) Sigue el informe de la Censura y el permiso de publicación: Parecer del muy reverendo padre prepósito de la Santa Casa Profesa, el doctor don Matías Monteagudo, canónigo de esta Metropolitana, etc. Excelentísimo señor. He leído con gusto el poema intitulado El anuncio de la Paz dispuesto por el Pensador Mexicano. Este autor goza opinión, y su nombre contribuirá a que la verdad se difunda y la confianza se arraigue. Creo, pues, útil la impresión. México, 3 de febrero de 1817. —Matías Monteagudo. Licencia del Superior Gobierno. El excelentísimo señor virrey de este reino concedió su licencia para la impresión de este poemita, visto el dictamen que antecede. Así consta por decreto de 4 de febrero de 1817.
(3) En el folleto El infernal y celestial grito del pueblo de los dolores, México: Imprenta del ciudadano Alejandro Valdés, 1826, 8 pp. su autor Perico el de los palotes introduce la 1ª, 4ª, 5ª, 7ª, 8ª, 12ª, 15ª, 16ª, 20ª, 22ª, y 24ª octavas de El poema de la paz de Fernández de Lizardi. Perico el de los palotes justifica la edición de tres «obritas» de Lizardi de la siguiente manera: «Pues tal es la boca, en sentido moral, de El Pensador Mexicano, de cuyos proteos labios sale la alabanza y el vituperio, la verdad y la mentira, y esto aun respecto de una misma persona, de un suceso, y en unas mismísimas e iguales circunstancias. Así nos la demuestran las tres siguientes piezas, que publicó bajo un solo título, al parecer quimérico, que con exquisitas diligencias pudieron llegar a mis manos. En ellas verás que si por una parte nos hizo percibir El Pensador el grito del héroe del pueblo de Dolores como infernal y diabólico, por otra nos lo suavizó y endulzó hasta transformarlo en voz angelical y celeste».