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EL VOTO DE MÉXICO
EN LA MUERTE DE LA REINA
NUESTRA SEÑORA (1)

Los verdaderos poetas tendrán
muchos defectos que notar en estos
versos; pero tal vez los disimularán,
advirtiendo que no los dictaron Apolo
ni las Musas, sino la verdad y el
amor a nuestros amados soberanos

REQUIESCAT IN PACE

Murió la reina, sí... ¡Fatal palabra!
Murió María Isabel... ¡Triste recuerdo
para un monarca noble y generoso,
para un sensible esposo amante y tierno!
La parca..., parca cruel e inexorable,
cuyo terrible acero tan funesto
trunca, derriba, corta y despedaza
las tiaras, las diademas y los cetros,
al rey quitó la esposa más amable,
y a sus vasallos de ambos hemisferios
nos privó de una reina, cuya vida
ya nos pronosticaba mil consuelos.
Joven y hermosa, compasiva y tierna,
dotada de prudencia y de talento,
del amado Fernando hacía la dicha,
la esperanza y delicias de sus reinos.
Ella era las venturas del monarca;
del trono el esplendor y el ornamento;
la mejor protectora de las artes;
la favorecedora del comercio; (a)
el liberal mecenas de los sabios;
de todas las señoras el ejemplo;
de los menesterosos el asilo,
y la madre común del suelo ibero.
Con justa causa, sí, con justa causa
el monarca se entrega al sentimiento,
pues sabe que los padres a sus hijos
pueden dejar riquezas y aun imperios;
mas la mujer prudente y bondadosa
es un bien especial, un don del cielo, (b)
que se debe apreciar sobremanera
porque no siempre es fácil reponerlo.
Sabe también que es bienaventurado
el que de tal mujer es compañero;
que a su lado sus años se duplican
y se llenan de paz; (c) sabe cuán cierto
es que la mujer buena y fiel esposa
que al hombre se le da como por premio
de sus buenas acciones, es alhaja
muy rara a la verdad, no tiene precio.
Todo esto sabe bien nuestro Fernando,
y de su cara esposa conociendo
a fondo las virtudes con que quiso
enriquecerla liberal el cielo,
su pérdida gradúa, su muerte llora
y se entrega al dolor. ¡Oh, qué tormento!
Justo es, a fe, llorar por los difuntos.
Dios mismo dice: llora sobre el muerto. (d)
No hay corazón valiente que resista
estos tan naturales sentimientos.
Mas un pecho sensible y generoso
como ya el de Fernando conocemos,
es fuerza que padezca demasiado
al mirar a Isabel cadáver yerto,
porque no sólo sentirá su falta,
sino las circunstancias del suceso.
Murió la reina como todos mueren:
la muerte iguala al noble y al plebeyo.
Ésta es una verdad que ha conocido
con la luz natural el gentil ciego. (e)
Mas si cargada de años falleciera,
no hubiera sido el golpe tan funesto;
¿pero a los veinte un años? Esto agrava
del real esposo el justo sentimiento.
La reina falleció; ¿pero ella sola
pagó a la muerte este forzoso pecho?
No, que también murió la real infanta
aun antes de nacer, ¡qué desconsuelo! (f)
Murió la reina, sin tener siquiera
el alivio fugaz y pasajero
de consultar sus penas y dolores
con su adorado esposo, con sus deudos.
Intempestivamente, sin pensarlo,
la inexorable Parca a un mismo tiempo
de dos vidas preciosas cortó el hilo
y llenó de dolor dos grandes reinos.
Circunstancias tan tristes multiplican
del augusto monarca el sentimiento.
Yo olvidaré que es rey, por un instante;
que es hombre, esposo y padre considero.
Hace bien de llorar: muy justamente
se entrega del dolor a los excesos.
Llorad, señor, llorad, pues sois sensible,
la falta de una esposa, que era objeto
digno de vuestro amor, mientras nosotros
fieles acompañamos vuestro duelo.
El estallido del cañón terrible,
de la campana el triste clamoreo,
el luto de la plebe y la nobleza
anuncian: ¡qué dolor! la reina ha muerto.
El pueblo mexicano compungido
se presenta en las calles, y a los templos
corre a ofrecer al Dios de las bondades
por la alma de Isabel sus votos tiernos.
La mejor soberana ha fallecido
dejando el trono de tristeza lleno;
y pérdida tan grande es muy preciso
que excite nuestros justos sentimientos.
Lloremos, sí, lloremos tristemente
la muerte de Isabel... Mas, Dios eterno,
tú a su amado consorte le dispensas
de la alta religión dulces consuelos.
Ella murió, es verdad; pero era justa;
de piedad y virtud siempre dio ejemplo;
luego es muy de esperar que ya descansa
en trono de zafir, en mejor reino.
Es lícito llorar por los difuntos;
mas por los justos se ha de llorar menos, (g)
pues al morir lograron el descanso
que Dios les preparaba allá en su seno.
La reina ha fallecido; ya no existe
en este triste mundo; mas no ha muerto;
antes fue a gozar ya de mejor vida
en la celeste Sion. Así lo creemos. (h)
Esta esperanza que en la sangre pura
de nuestro Redentor todos tenemos
deberá mitigar en mucha parte
el sentimiento y el dolor acerbo
de nuestro buen monarca. Cielo santo,
su corazón inunda de consuelos,
mientras que por el alma de la reina
a Dios nuestros sufragios ofrecemos
porque descanse en paz. Este es el voto
del noble, leal y mexicano pueblo.

autógrafo de José Joaquín Fernández de Lizardi

José Joaquín Fernández de Lizardi


Notas del autor:

(a) Quien protege las artes, protege mediatamente el comercio.

(b) Domus et divitae dantur a Parentibus, a Domino propie uxor prudens. Proverbios, 19,14.

(c) Mulieris bonae beatus vir: numerus enim annorum illius duplex... et annos vitae illius in pace implebit. Pars bona, mulier bona, in parte timentium Deum, dabitur viro pro factis bonis. Eclesiastés, 26, 1, 2, 3.

(d) Supra mortuum plora, defecit enim lux ejus. Eclesiastés, 22, 10.

(e) Pallida mors aequeo pulsat pede pauperum tabernas. Regumque turres. Horacio, Oda 4, libro I.

(f) Luego que falleció la reina acometida de un insulto la noche aciaga del 26 de diciembre del año pasado, con permiso del rey nuestro señor se hizo la operación cesárea y se le extrajo el feto, que era una niña, la cual murió a pocos momentos de bautizada; y como no nació naturalmente se dice que murió antes de nacer.

(g) Modicum plora supra mortuum, quoniam requievit. Eclesiastés, 22, 11.

(h) Piadosamente.


Notas del editor UNAM-IIF:

(1) Que tengamos noticia, éste es el único poema de Fernández de Lizardi escrito en 1819. Consta de 8 pp. en 4°, la primera corresponde al título y la segunda al epígrafe. Fue impreso «con superior permiso» en la oficina de don Alejandro Valdés, calle de Santo Domingo y esquina de Tacuba, año de 1819.


UNAM Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones Filológicas
El Pensador Mexicano - Poesía de José Joaquín Fernández de Lizardi


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